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Una nueva amenaza: Regresa el proteccionismo

Con la pandemia, más allá de ese enjambre de decisiones fiscales y monetarias que fueron vitales para enfrentarla y que ahora son un dolor de cabeza por las profundas distorsiones que crearon, volvieron a ponerse en primer plano de la política económica las restricciones al comercio internacional. Renacieron bajo el viejo y socorrido argumento político de proteger a sus colectividades.

 

La aplicaron muchos países avanzados, productores de medicinas y bienes vinculados con los tratamientos de salud colectiva porque debían privilegiar a sus ciudadanos al ser poseedores de una ventaja tecnológica y de orden financiero. Ahí se vio cuan frágil y acomodaticia es la adhesión a los objetivos de la cooperación internacional frente circunstancias y sociedades pobres cuyas condiciones de vida y capacidad económica les impide tener instrumentos que mitiguen estos flagelos. Cuando más se la necesitaba, la solidaridad global resultó ser una falacia.

 

Pasado el problema sanitario se pensaba que los cosas volverían a su puesto. Sin embargo, se hicieron evidentes otros motivos para profundizar este retorno a un mundo de protección en desmedro de la trayectoria de liberalización del comercio internacional que fue uno de los motores más importantes del crecimiento económico de la segunda parte del siglo XX y de lo que va del XXI.

 

La tecnología y su capacidad disruptiva del modelo de producción con el aparecimiento de productos nuevos muy sofisticados y claves para la ejecución de la estrategia de esta etapa del conocimiento son ahora el motivo de nuevas y más agresivas decisiones de restricción del comercio. Hasta hace poco eran 1.000 más o menos las restricciones implantadas. Ahora superan las 3.000 y van para más con la gran batalla que por el momento se concentra en las transacciones de los vehículos eléctricos chinos. Pronto sabremos el siguiente capítulo.

 

Por si todo esto fuera poco, las hostilidades de la economía internacional no quedan ahí. Razones de geopolítica (que tiene varios frentes abiertos y todos muy delicados) y también como resultado de la experiencia de los daños que trajo la pandemia en las cadenas de producción, hay una tendencia a relocalizar estas inversiones. Los argumentos abundan:  seguridad, confiabilidad, cercanía e identificación ideológica abren la puerta a la fragmentación mundial del comercio cuya consecuencia podría llegar a significar una perdida potencial de crecimiento global equivalente al PIB conjunto de Alemania y Japón (7% del PIB mundial) y una de cuyas derivadas será la de restringir posibilidades de mejoramiento de las condiciones de vida de los países y estratos vulnerables.

 

Así están las cosas en las relaciones comerciales mundiales. Con frecuencia aparece un nuevo tema de enfrentamiento y el concepto de la seguridad nacional surge como bandera de lucha contra la libertad económica. Por el momento, la economía mundial no ofrece señales de estar encaminada hacia una confrontación abierta de dos sistemas, aunque los hechos si advierten el peligro de que aquello pueda ocurrir si las partes no reconvienen en sus posturas actuales y, en su lugar busquen conciliar posturas que, sin ser las ideales sean tolerables y acoten los daños que de cualquier manera aparecerán.

 

Ya se sabe que un sistema económico sólo puede crecer promoviendo la innovación y, ella tiene posibilidad de mantenerse con sus alas abiertas cuando la organización económica defiende la eficiencia y garantiza que esa “destrucción creativa” (famosa tesis esgrimida hace muchos años del economista austríaco Schumpeter) que trae consigo todo ese proceso de cambio encuentra una realidad adecuada para su cristalización.

 

Proteger por incapacidad competitiva es un camino hacia la ruina, a la ineficiencia de un sistema. La historia está llena de casos. La autarquía-versión extrema- es un suicidio. Para el Ecuador esta tendencia es mala noticia pues su horizonte está ligado con su capacidad de conquistar mercados.

 

 

Colaboración

Revista FORBES

22 de mayo del 2024

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