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Sin arreglo todavía

El país atraviesa por la clásica etapa de reflexión política. Es tiempo de silencio. Nadie puede hacer proselitismo (aunque habrá algunos que la violen) y peor publicar una encuesta. El domingo iremos a votar los que debemos hacerlo y queremos cumplir con nuestras obligaciones políticas. Espero que la pandemia no sea una excusa más para incumplir con esta obligación, aunque aquello me temo que es una simple aspiración.


Se termina una etapa electoral que puede dar paso a la definitiva. No hay certeza de que aquello ocurra pues los datos que ofrecen las distintas encuestas son tan disímiles que a la final profundizan la incertidumbre antes que esclarecer el panorama. La política tiene algo que hacer por aquí.


Son tantas las opciones electivas que el principio de selección racional a que están sometidos los ciudadanos queda hecho pedazos. La multiplicación de candidaturas es producto de un sistema político manipulado, opaco e ineficiente. La democracia como la economía tienen a la competencia como sustento de su accionar, pero el exceso de ella las aniquila al extremo de admitir algunas alternativas, aparentemente calificadas pero que son posturas falsificadas (truchas dirían los argentinos) que engañan al ciudadano o al consumidor. Igualmente, por contraste son indeseables la dictadura o el monopolio por el uso de la fuerza o el control del mercado. Originarios o clientes quedan a merced de su omnímoda voluntad.


Hay, por lo tanto (verdad de Perogrullo), un punto medio deseable que debería ser el gran objetivo de la organización del sistema electoral, cual es conformar partidos políticos nacionales (pocos, pero con identificación ideológica diferenciada) con objetivos precisos (borrar los locales o regionales) que pongan sobre la mesa disyuntivas de solución práctica de los problemas que el país desea corregir y hacerlo sobre la base de construir y no la de destruir o dividir. De sentirse identificado con los éxitos y no de jalonear la envidia. De luchar por el esfuerzo, la dedicación y no sustentarse en la limosna que prolifera la pobreza y se alimenta de ella, pero ante todo de respetar la libertad, la democracia y declarar inhabilitantes tanto a la corrupción como a la violencia y el abuso.


¿Cuánto de lo dicho es nuevo? Posiblemente nada pues lo escrito recoge las aspiraciones de muchos ecuatorianos, dichas o sostenidas durante muchos años, pero que chocaron con un muro infranqueable de intereses y conveniencias caudillajes que desfiguraron la estructura inicial de esta etapa democrática (con sus intermedios poco reconocibles) que buscaba construir un sistema electoral transparente, con instrumentos democráticos eficientes y respetuosos de la verdadera voluntad del ciudadano.

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