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Nadie es inmune

Cuando me disponía a escribir la primera columna del nuevo año empecé a ver con asombro lo que ocurría en la capital de los Estados Unidos. Suspendí mi tarea y me dediqué a mirar con incredulidad los desórdenes que tomaban cuerpo en los alrededores del Capitolio, sede del congreso que sesionaba precisamente para certificar los resultados de la elección de Biden como nuevo presidente.


Nunca pensé ver este tipo de descomposición política en ese país, al cual muchos, con razón lo han calificado como la mejor democracia del mundo moderno, con reglas que se respetan y dirigentes que conocen de su transitoriedad frente a instituciones que perduran y aseguran la defensa de los principios que sirvieron para la fundación de su estado federado.


Bueno es recordar que tuvo pasar por una sangrienta guerra civil para consolidar su unidad, así como ver actos de protesta estudiantil y de minorías para subsanar tratos o decisiones equivocadas o discriminatorias, pero es difícil encontrar hechos, promovidos desde la más alta jerarquía política, de desconocimiento sistemático de los resultados electorales por simples presunciones, descartadas en un sin número de fallos judiciales, estatales y federales (más de 60) por la carencia de sustentación, cuyo episodio de violencia visto en esta semana es el derivado de tanta acción incitadora.


Aquí se confirma, una vez más en la historia mundial, cuan frágil es la democracia, pues a pesar de la consistencia conseguida a lo largo de muchos años, puede ser colocada en un momento delicado por la falta de cultura ética y democrática de algunos de sus líderes, que prefieren sus intereses o conveniencias a las de una comunidad que cultiva el respeto de las normas que la configuran como una sociedad digna y decente.


Lo ocurrido en este país líder del mundo es un mal ejemplo que sin duda alguna producirá mayores complejidades en la consolidación de las juveniles democracias de los países emergentes, que luchan contra enemigos internos y externos para construir un entramado institucional que convierta en realidad los derechos de los seres humanos, la vigencia de la ley y la existencia de un Estado que maneje con escrupulosidad los recursos que les encarga la sociedad y no permita el abuso del poder por parte precisamente de quienes aúpan estos hechos bochornosos.


Esperemos que la ley se haga cargo de todos los que llevaron adelante la organización de estas manifestaciones y los sancione como autores intelectuales, así como a los trúhanes que destrozaron los bienes públicos. A propósito, cuando tendremos noticias de la justicia ecuatoriana sobre los desmanes de octubre del 2019, pues la impunidad es la socia de la anarquía.



Colaboración

Diario El Comercio

08 de Enero del 2021

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