top of page

¿Acaso pensaron en lo que podrán provocar?

Muchos siglos de esfuerzo constante de la humanidad han sido necesarios para llegar al punto en el que se encuentra hoy. Decenas de miles de millones de personas con su dedicación diaria han permitido construir ladrillo por ladrillo el mundo que en estos tiempos demuestra sus enormes virtualidades a la vez que evidencia sus malas formaciones.


Como toda obra humana lo conseguido demuestra las imperfecciones contenidas en el largo, pero intenso proceso de búsqueda de niveles de bienestar que nunca calman las ambiciones de mejorar. Y así seguirá esta dinámica que confirma la esencia misma de la capacidad creativa de los seres humanos, a la vez que le obliga a reconocer sus errores y buscar caminos que los enmienden.


La historia está llena de experiencias buenas y malas. De aciertos y fracasos que llevaron a Daron Acemoglu, un historiador de la economía y de la política a reconocer que existe apenas un “estrecho corredor” para conseguir la necesaria gobernabilidad que permite llevar a sus países a niveles superiores de bienestar en ambientes que cuiden las libertades y los derechos individuales y colectivos, con instituciones que reduzcan el poder de las élites y de los autócratas; y, a su vez con ciudadanos activos que controlen el poder de las instituciones y obliguen a los gobiernos a cumplir sus compromisos.


Los beneficios incuestionables de la democracia no la hacen inmune a ataques de quienes tienen poder o de grupos desilusionados por la falta de resultados tangibles en su afán de superar las limitaciones que les mantiene en condiciones evidentes de desigualdad. Ahí es donde se necesitan instituciones fuertes, pero controladas, que cumplan sus papeles (sólo los asignados) y entiendan la ruta por la cual transita la economía.


El mundo sufre un proceso de cambio que cuestiona muchos cimientos de la organización actual. Sabe que debe emprender transformaciones fundamentales y debe hacerlo de una manera inteligente, capaz de preservar el bienestar alcanzado a la par que logra rediseñar toda la estructura funcional de la economía. El equilibrio ambiental y el reto de la transformación energética, las nuevas amenazas monopólicas creadas por las tecnologías disruptivas, el envejecimiento de la población y sus secuelas en los programas de prestación social, son algunos de los complejos dilemas que llevarán a una modificación de las políticas económicas a un plano todavía en estado de reflexión.


En el intertanto, destruir lo construido sin ofrecer una alternativa práctica no sólo es un suicidio sino una irresponsabilidad que sólo cabe en mentes ideológicamente irreflexivas. En todas partes, estos cambios tienen un horizonte razonable de ejecución. Hay metas compatibles con la posibilidad de disponer de las opciones que las sustituyan sin acumular más daños a los que ya tiene el mundo en su quehacer diario.


En el Ecuador ese “estrecho corredor” es esquivo. No se lo logra conseguir y en su reemplazo existe una organización política anárquica, descompuesta, carente de ideales o metas, con instituciones manipulables que se acomodan a las circunstancias y contribuyen al proceso de degradación general del contrato social que es la razón de ser de la sociedad.


Un ejemplo de esta descomposición lo confirma el caso dictaminado por una mayoría de magistrados (?) de la Corte Constitucional que decidieron poner en grave riesgo la estabilidad general de la economía ecuatoriana al ordenar la convocatoria a consulta popular sobre la continuidad o suspensión de la producción petrolera del bloque 43.


Si esta se aprueba, ¿quien responderá por los efectos sociales que sobrevendrán? ¿Han pensado en el tamaño del daño? ¿No leen lo que pasa en el planeta? ¿Se tomaron la molestia de consultar los potenciales efectos que traería esta suspensión? Si no lo hicieron, como se puede advertir, serán una vez más los responsables de lo que el país vivirá.


Así no se construye futuro ni se reparan los daños ambientales. Sólo se crean más frentes de insatisfacción social que articulan la rueda de la calamidad futura. El Ecuador una vez más demuestra que la sensatez es el bien más escaso de su sociedad y lo que es peor que esa escasez abunda en muchas mal llamadas élites y dirigentes públicos.


Colaboración

Revista Forbes

bottom of page