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Conmovido

Que difícil escribir esta columna. No sé por dónde empezar. Hay tantas cosas que veo cada día, en cada momento, por distintos medios, incluso algunos que no desperdician la oportunidad para transmitir imágenes desgarradoras que podrían obviarlas, que no logro poner un orden a cada una de ellas. Todas sin excepción tienen sustento para estar en primer lugar. El mundo y nosotros dentro de él, estamos sometidos a una avalancha de información que cada día parece tan diferente con el anterior que nos hace pensar en donde va a terminar todo este menjurje, pues mañana ya luce una eternidad.


Claro, la salud tiene el espacio de privilegio por razones obvias, pero dentro de ella nos concentramos en las calamidades de los contagiados pero nos olvidamos de todos los que por otras razones tienen necesidad de una atención oportuna y especializada. Desborde es la síntesis de la impotencia ante semejante catarata de seres humanos que precisan atención. No hay país en este planeta que pueda decir que tiene la infraestructura adecuada y necesaria para superar esta ola sanitaria. Por todas partes hay quejas pero simultáneamente hay el reconocimiento a tantos especialistas que con el riesgo de ser contagiados hacen esfuerzos denodados para contener este tsunami invisible. Los gobiernos aprenden cada día y buscan remediar lo que parece irremediable: parar la tormenta. No faltan algunos que se burlan de ello y recibirán su merecido.


Nunca pensé que podía ser testigo de un momento de paralización inesperada y brusca del mundo. De pronto toda la parafernalia desapareció como por encanto. El bullicio dio paso a una quietud temerosa, con seres en refugios familiares o zonas habilitadas que no saben por dónde le puede aparecer este enemigo, que parece estar por todas partes, pero que a la vez no se asoma sino cuando ya las cosas se ponen negras. De un planeta conmovido, extraño, silencioso que busca explicaciones y ahora sabe, con dolor, cuan indefenso es el ser humano y cuan necesario es reconocer esa verdad con fe y humildad.


La tormenta pasará. Eso lo sabemos aunque todavía no podemos medir el tamaño de los daños. Las pérdidas de vidas humanas, los destrozos sociales y la posible pandemia económica pues ahora también el mundo está contagiado de las secuelas de esta paralización colectiva, cuya reanimación deberá transcurrir sin duda alguna por una etapa de terapia intensiva, cuyos prolegómenos empezamos a verlos, con miles de personas que pierden su empleo, empresas que no pueden seguir viviendo, familias marginadas que raspan las ollas, en fin todos con pérdidas e incomodidad que son parte de esa factura todavía de monto desconocido.


Colaboración

Diario el Comercio

03/04/2020

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