Dialogo permanente
Esta debería ser la actitud de una sociedad que se precia de ser democrática y tiene una vocación por el entendimiento y la paz. Sin diálogo las posibilidades de construir en conjunto y convencidos de que las cosas hay que hacerlas para mejorar las condiciones de vida, distribuir mejor la riqueza de una forma natural, son muy difíciles de conseguir. Y, eso le pasa en muchos campos a nuestra sociedad. Vive en compartimentos aislados, sin integrarse o buscar formas de mejorar o crear relaciones de armonía, aun en la diversidad y con visiones distintas, pero respetadas y respetables.
Cada parte de la sociedad, segmentada por sus orígenes, por su educación, por sus recursos, por la geografía, en fin, por cualquier razón, cree que lo que ella ve y sostiene es la verdad absoluta. No busca poner a prueba sus ideas, sus metas, sus deseos, su ideología a través de un diálogo franco, claro, sin dobleces ni subterfugios. Recurre a la fuerza, a la amenaza sin importarle los derechos de los demás.
Lo vivido en las semanas anteriores es la degradación más infame que se puede ver de esta forma de comportamiento social. Anarquía pura y dura. Promovida y desconocida por los mismos. Cinismo y mentira elevados a la más alta potencia. Pues bien, más allá de la funcionalidad indispensable de las instituciones para sancionar tanto desmán, abuso y subversión, a ella, a esta forma descompuesta y anarquizante se le combate con más ciudadanía, con educación, con liderazgos claros, pero por sobre todo con diálogos preventivos y permanentes.
Es tiempo de usar a fondo este instrumento de convivencia que era parte de la organización política. Lamentablemente fue amputado bajo el argumento de que los centros de decisión política sólo deben estar configurados con representantes de los movimientos que consiguen un respaldo mayoritario de los ciudadanos, por lo cual estos cenáculos se convirtieron en “silos” de poder absoluto o de influencia escondida perniciosa.
Todo miembro de la sociedad tiene intereses. Nadie escapa a ello y no es malo aquello. Lo malo es esconderlo. No ponerlo frente a cualquier diálogo para que quede claro lo que se piensa y porqué se lo hace. La ideología es una forma de interés. Busca explicar la conducta humana y la organización de la sociedad a su manera. A veces es útil y certera. Otras falla y pasa a la historia. De tal manera, que es hora de revisar la conceptualización del Estado y la participación de la sociedad de manera directa en sus instancias de decisión política.
Sólo restableciendo orgánicamente los organismos de diálogo, será posible caminar, con las dificultades naturales, pero minimizando estos hechos de barbarie, hacia la configuración de un país con mayor coherencia y entendimiento.
Colaboración
Diario El Comercio
15 de noviembre 2019