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Ser o no ser

Me tomo esta conocida frase shakesperiana para resumir el dilema que tenemos adelante. Si queremos recuperar la democracia, este es el momento de los renunciamientos a intereses de grupo, personales, político partidistas e incluso del propio gobierno. ¿Será posible? Espero que sí.


Por encima de todo está la posibilidad de asegurar la permanencia de este ambiente de libertad, respeto y tolerancia abierto por el presidente de la república. Es el momento de tomarle la palabra para darle fondo y respaldo institucional a la forma como hoy se debaten las ideas; de eliminar las graves amenazas enquistadas en la organización del Estado y salvarle de un entorno descompuesto. De no hacerlo, es posible que el país pierda una de sus últimas oportunidades y el gobierno enfrente su gestión sin la fuerza política necesaria para cumplir con sus responsabilidades.


La proliferación de iniciativas, que son bienvenidas en el seno de una sociedad abierta, debe servir para encontrar las coincidencias básicas que aseguren la rectificación de la estructura institucional y funcional del Estado y no para dispersar objetivos, que siendo importantes, no guardan la prioridad inmediata. Aquí juega de manera crítica la capacidad de entendimiento y afán de concertación de los ciudadanos, políticos y dirigentes gremiales, sobre la realidad nacional.


Cuidado con caer en la trampa de discutir temas que lleven a perder de vista el objetivo fundamental de la consulta planteada por el ejecutivo, que si lo entendemos adecuadamente busca liberar a las funciones del Estado de las amarras y compromisos que se fueron acumulando a lo largo de los diez años de gestión del gobierno que terminó sus funciones.


El gobierno tiene su parte y no puede poner en juego la reputación que ha conseguido en estos días de gestión. Sus ofertas no pueden terminar siendo fallidas. El país, así como ha demostrado satisfacción y hasta exceso de optimismo, puede presentar síntomas de una hepatitis aguda si se siente defraudado. No faltan quienes con razón demuestran escepticismo en todo este proceso, especialmente por ciertos nombramientos que ensombrecen las líneas de las declaraciones políticas de remover todo aquello que roza con los indicios de corrupción.


Por el contenido de las pocas preguntas que se formulen, cuya responsabilidad final recaerá precisamente en quien abrió esta posibilidad de consulta, se podrá apreciar hasta dónde quiere ir. Que quiere ser y de que se quiere librar.


Esperemos además que el manejo económico no quede en un rincón y enfrente las tareas que esclarezca también que quiere ser. De esta forma quedará definido el dilema político y económico: Ser libre y claro o no ser.




Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

22 de septiembre del 2017

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