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Alguien sabe a donde vamos

Como están las cosas en nuestro país, la pregunta es pertinente. Todavía no se tienen claros los parámetros políticos que guían al actual gobierno, más allá del notable cambio experimentado en la conducción del debate público, la defensa de tesis, el respeto a la opinión contraria, la apertura al diálogo.


Es cierto que se respira más democracia, pero nadie sabe si es una etapa duradera o sólo la visita de una golondrina veraniega. Nada ha cambiado en la estructura y funcionalidad del aparato estatal. Hay mejores formalidades, pero la esencia está intocada. De ahí las dudas sobre la perpetuación de este proceso de retorno al respeto de los derechos humanos, a la búsqueda de consensos, a la funcionalidad responsable y libre de los poderes públicos.


Y todo esto trasciende a la economía, cuya dirección requiere definiciones precisas, justamente para salir del estrangulamiento por el cual atraviesa. No se visualiza, no hay una propuesta global que deje en claro hasta donde existe capacidad y decisión política para enmendar lo que hay necesidad de hacerlo.


Empecemos entonces por lo primero, por la definición del papel del Estado en la sociedad, cuya articulación lleve a precisar los roles fundamentales de su acción, la forma de llevarlos adelante, la responsabilidad del manejo escrupuloso de las cuentas fiscales y el afán de mantener una relación armoniosa con las actividades privadas.


Si esto está claro, habrá un camino de solución al déficit ya crónico, al manejo del endeudamiento, a la corrección de las distorsiones de la política tributaria. Sin esta definición, las discusiones carecen de objetividad y viabilidad, pues nadie sabe el alcance del singular rol de las entidades públicas y su forma de adherirse a un modelo mixto de economía de mercado.


Nadie titubea, por lo menos ahora, sobre la necesidad que tiene el país de conseguir inversión privada en cantidades singularmente altas. No es fácil obtenerlas, ni vendrán a corto plazo. Todo dependerá de la consistencia que ofrezca la política económica. De su sostenibilidad y, esa es una derivada que cae como fruta madura al definir el tipo de estado que queremos.


Sino veamos lo que pasó en estos últimos años cuando el gobierno decidió poner a remate proyectos, empresas para conseguir plata a como de lugar, cuando no habría existido esa angustia si antes en lugar de acaparar, ese gobierno pensaba en el largo plazo y no en el día siguiente. Recién ahí se acordó que existía inversión privada. Ya era tarde.


Ahora el país está de vuelta, pero no se atreve a definir lo que quiere, para que lo quiere y cómo lo quiere conseguir. Lo que está claro es que, con el Estado actual, no hay vía de solución, por eso la duda de a donde vamos tiene cabida.

Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

08 de septiembre del 2017

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