A ninguna parte. Tal vez, al...
Al tomar una decisión económica es fundamental tener precisos los objetivos que se busca alcanzar, los costos involucrados y por supuesto los beneficios que trae consigo la adopción del riesgo correspondiente. Estar claros de la sostenibilidad del proyecto por sus propios medios. No descansar en ventajas artificialmente creadas, especialmente por políticas de mundos autárquicos. Así actúan los agentes económicos privados. O por lo menos, así deberían hacerlo, sabiendo que nunca se trabaja con riesgo cero.
La pregunta que cabe es ¿debería el gobierno actuar de forma semejante? Y la respuesta es si. No hay razón que pueda justificar un tratamiento diferente. Aquí, no se trata de aspectos vinculados con la defensa, la salud, la educación, las relaciones internacionales, para los cuales también se demanda eficiencia. Se trata, de proyectos en los cuales debe existir una razonabilidad económica evidente. La propia política económica debe ser capaz de sostenerse en etapas duras. Esa es su prueba de fuego.
De que sirve invertir en ideas cuya utilidad es marginal o incluso negativa para la funcionalidad económica. Incluso, cuando se trata de obras de infraestructura, es indispensable medir la rentabilidad económica, dentro de la cual se cobijan los efectos sociales como el empleo o la salud, de su aporte. Financiarla en términos compatibles con su generación de riqueza. Puertos, aeropuertos, vías, hidroeléctricas, telecomunicaciones, alcantarillado, tienen como tantos otros campos, su razón de ser.
Por eso, cuando se discute quien puede llevar adelante un plan de inversión puramente económico, y no hablo de las responsabilidades propias del Estado en el campo social, aparece con bastante claridad la definición del papel de las actividades privadas y la subsidiaridad del Estado, regulando los mercados para defender la existencia de un sistema de competencia.
De ahí que, ahora, en lugar de sobreponerse los papeles de cada uno en la sociedad, se reconoce su complementariedad, acompañada de una relación asociativa de los trabajadores y los empresarios, en lugar de la vieja postura de lucha de clases.
Y, a eso va el mundo con mucha claridad. Algunos ya se adelantaron y cosechan frutos en la mejora de su bienestar, en la distribución del ingreso. Otros, pocos, entre los cuales se encuentra nuestra sociedad, revisa sus postulados y busca, desordenadamente y sin objetivos, devolver campos de actividad al sector privado, ante el ocaso de un modelo que demuestra la fatiga de materiales en su funcionalidad.
Lo hace sin definir que quiere ser en el futuro, sino sólo salir del paso. Pero, aquello no ofrece nada y, no nos llevará a ninguna parte. Tal vez, al……….
Colaboración Editorial
DIARIO EL COMERCIO
Septiembre 9 del 2016