Incentivos en lugar de trabas
Revertir un proceso de contracción del consumo es duro. La historia económica tiene innumerables ejemplos de lo complejo que resulta recuperar los hábitos perdidos, o por lo menos colocados en el desván de los recuerdos. Por ahí camina, agazapado, un enemigo engorroso y poco conocido: la deflación.
Hay países que vienen luchando años, incluso décadas para convencer a sus ciudadanos de la necesidad de ser menos cautelosos con sus políticas de gasto, pero, sin por ello, poner en riesgo la estabilidad de las finanzas personales o familiares.
Japón es un caso paradigmático. Con toda la fortaleza de su economía, la tercera en tamaño en el mundo, sólo superada por los EEUU y China, no consigue cambiar la conducta retraída de gastos de sus naturales, y por esto, no logra desprenderse de una realidad que ha dejado de ser lo boyante y dinámica con la cual le conocimos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando deslumbró al mundo occidental.
En Europa, ocurre algo parecido. Desde la crisis del 2007-2008 se hacen esfuerzos denodados para volver a poner en actividad toda la estructura productiva, pero los consumidores siguen atemorizados. A ratos mejoran su ánimo y ofrecen destellos de esperanza, pero las señales siguen una línea débil, intermitente. El Banco Central Europeo emite dinero casi sin costo con el riesgo de un brote inflacionario, pero no pasa aquello. No se activa la demanda. Cambian los paradigmas de la política monetaria, surgen nuevas hipótesis.
Para atenuar los daños sociales han tenido que encontrar la solución en los mercados internacionales. España es un ejemplo de esa visión. Su mercado interno sigue débil; los indicadores de prosperidad no reaccionan como se requiere y, con ellos, la demanda interna no es la vía de salida de la crisis. Son las exportaciones las que apalancan la recuperación, y lo hacen en un ambiente de incertidumbre de los países emergentes.
En el Ecuador ocurre algo parecido. Se cayó la demanda interna y con ella se redujo el consumo. Muchas actividades tienen indicadores de declive de ventas de más del 20%. Unas pocas se salvan. Por eso despiden trabajadores. Y, el problema se vuelve más complejo cuando el gobierno encarece la vida con la suma de más impuestos, pues profundiza esa conducta, a lo que agrega pérdida de competitividad.
Recuperar la confianza del consumidor empieza por resolver las razones que llevaron a ese estado de desesperanza. Hay que reconstruir las fuentes de trabajo para con el tiempo, seguramente bastante largo, recuperar el bienestar. Pero para eso, el gobierno tiene que se coherente con la realidad y en vez de complicar la vida de todos, debe hacerla más llevadera. Poner incentivos y no trabas.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
Abril 08 del 2016