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Escondido

  • Abelardo Pachano
  • 29 ene 2016
  • 2 Min. de lectura

Desde hace mucho tiempo se sabe que uno de los amortiguadores de los ciclos económicos es el tipo de cambio. No es el único, pero se lo utiliza como correctivo de las tensiones externas creadas en las economías. En alguna época se lo abusó y por eso fue necesario crear un sistema de supervisión internacional que modere su utilización. Así nació el tan poco querido FMI.


Cuando se trata de un sistema de cambio fijo, esa falta de flexibilidad del tipo de cambio nominal, esconde el problema y retrasa el ajuste externo. Lo vuelve lento, pudiendo llegar a una acumulación de presiones, que deriva en crisis. Miremos dos casos dificiles, con diferentes resultados, pero ambos con medicinas muy amargas.


La historia de Argentina y el Plan de Convertibilidad es un caso paradigmático de las complejidades que emanan de este modelo rígido. Tuvieron 10 años y algunos meses de recuperación de la estabilidad. Eran el ejemplo del mundo. Crecieron a más del 6% anual y enfrentaron las crisis del Tequila, Rusia y los tigres, con éxito. Nadie dudaba que habían encontrado la solución al desarrollo.. Incluso su presidente dio el discurso inaugural, algo inédito, de la conferencia anual del FMI en 1998.


Pero, ya en esa época había indicios de un problema de consistencia. Lamentablemente, se lo consideró transitorio y superable. El modelo escondía su realidad. Estaba agazapado, calladito. No se movía el tipo de cambio y todo parecía normal.


Los factores subyacentes hacían su trabajo. El gasto público era inconsistente, no guardaba compostura, había acumulado deuda y le quitó espacio al financiamiento de última instancia que requería el sistema. Se incorporaron los factores inmediatos: los mercados de capitales perdieron fe en los emergentes y con ello se revertieron los flujos. El real brasileño cayó, subieron aranceles para compensar a los exportadores mientras el dólar se apreciaba.


El más reciente, fresquito de la euro zona-establecida en 1995 y funcionando desde 1999- es otro caso patético. Los gobiernos de turno, llámese España, Grecia, Portugal o Irlanda, para no extender la lista, se olvidaron del riesgo cambiario, de arranque no reconocieron la existencia de los desequilibrios, lo negaron y, cuando la evidencia los rebasó, ya era tarde. El daño había contagiado a toda la sociedad. Eran los año 2010-2011 y hasta la fecha, cinco o seis años después, bajo gobiernos de distintas ideologías siguen batallando por recuperar el crecimiento, pero fundamentalmente por subsanar los destrozos sociales que se ocasionaron.


A diferencia de los euro países, que luchan por preservar el sistema y ya dan señales de haber superado la etapa más crítica, pues lograron preservar su moneda común y acotar el daño, el final del cono sur fue triste y muy doloroso.




Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

29 de enero del 2016

 
 
 
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