Las salvaguardias
Decisión esperada, anticipada. Evitable. Desde hace rato el sector privado sabía que la política económica no tenía un horizonte infinito. El gobierno lo negaba, incluso con violencia verbal. Estaban advertidos que los tiempos de abundancia pronto terminarían. Debían prepararse para aquello. Esa exuberancia mareó a muchos. No quisieron ver la temporalidad de esa riqueza. Se aferraron a las utilidades del momento y, por el bolsillo o la caja fiscal cerraron los ojos. Renegaron de una balanza de pagos con problemas de dependencia excesiva en un solo bien. La agravaron con tanto gasto fiscal.
Hoy toca pagar los excesos. Algunos, ni siquiera los ocasionaron. Pero no hay escape, todos deberán enfrentarlos. Gobierno, empresarios, trabajadores recibirán su parte. Incluso, por la dimensión del daño y la falta de defensas del país, todavía hay camino por recorrer. Es necesario reconocer que el problema es monetario. La dolarización es un sistema de caja. El país perdió un pedazo de sus ingresos y no son poca cosa. Pueden superar el 25% de las exportaciones totales, sin reemplazo a la vista. Más deuda, es posible, pero no para cerrar la brecha.
Ahí no queda la cosa. Los acreedores no parecen tan accesibles. Nacen nuevas condiciones. El país está entre los perdedores. Cae la confianza y todo se vuelve más complejo. El límite de deuda del 40% del PIB ya no suena tan bajo y complaciente. Pesa. Su servicio anual cuesta 5% del PIB. El doble de Grecia. Ahora todo centavo es oro. Recién principia el gobierno a mirar lo valiosa que es la prudencia y el recato. Hace gestos de caminar hacia ella. Busca al sector privado. En buen hora. Ojalá, aunque lo dudo, enmiende su conducta.
Sin ingreso neto de divisas, el país perderá depósitos y los créditos serán selectivos. Por allí se vislumbra otro escenario complejo. El gobierno también verá caer ingresos pues habrá menos transacciones. Se amplía su brecha. Tendrá que ver casa adentro a quien deja de atender. Ojalá no use el dinero electrónico para cubrir lo que le falta. Si lo hace, hará lo contrario de lo que dice defender: la dolarización.
Si no reduce el gasto público, las salvaguardias serán insuficientes. Lo han dicho algunos: con ahorro público, el daño podía remediarse con menor costo. Ya es tarde. Toca amarrarse los cinturones y esperar que la tormenta pase. Si no se recupera el mercado del petróleo, el país tendrá que reducirse. Y no hay que olvidar la inflación. Pone en aprietos a las exportaciones. Las desestimula. La línea de ajuste trae esta secuela que también agrava la inequidad. ¿Habrá control de precios? Nadie conoce el plan de ajuste. A esta altura con dólares limitados, el país no puede seguir siendo el mismo. Todos deben ser austeros. El gobierno debe dar ejemplo.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
13 de marzo del 2015