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Prevenir el futuro

La historia siempre deja lecciones. Otra vez el país transita por una circunstancia compleja que dejará secuelas. Como no es la primera vez que ocurre, uno se pregunta por qué no se aprende de la experiencia. Acaso no era previsible tenerla en el radar de los hechos posibles. Por eso, conocer la historia, recordarla, saberla entender y más que nada respetarla, es vital para cualquier sociedad. Mientras más objetiva sea, más provechosa, además de oportuna será la prevención.


El país en ese sentido todavía tiene mucho por hacer. Su memoria es frágil y la distorsión de los hechos es pan de cada día. Pocos aceptan sus errores y tienen afán de enmienda. La mayoría se escuda en la famosa frase que ya es un clásico del lenguaje cotidiano y empieza por “es que…..” Y ahí todo se justifica y nadie responde.


Pues bien, hagamos algo para evitar estas idas y venidas económicas tan reiterativas, con efectos deseados e indeseados, que alternan una etapa buena con una que constriñe el bienestar. Y para eso no hay que inventar el agua tibia o buscarle la quinta pata al gato. Sólo hay necesidad de reconocer las debilidades de la economía para establecer diques o pararrayos que eviten su presencia. O que minimicen los daños. Y esto que parece fácil, no lo es, por lo menos en el Ecuador.


Algunos países ya aprendieron y evitan con eficacia el valle de las angustias. Surgieron del consejo de Keynes de preparar al Estado para que inyecte recursos cuando las cosas se pongan malas y guarde cuando abunde el dinero. Y lo hacen de dos maneras: si el país tiene moneda dura, es decir que la aceptan en los mercados internacionales, puede crear deuda pública. Si no lo tiene, debe guardar en un chanchito.


En dolarización, con la rigidez propia del modelo, la receta es mucho más crítica. No sólo eso hay que preverlo, sino cuidar la liquidez por la ausencia de un prestamista que le saque a la sociedad de una angustia, de un imprevisto. De algo pernicioso.


Entonces, cuáles son esas debilidades futuras: una es la notable dependencia interna y de la balanza de pagos de un bien cuyo precio no lo controla el país. Otra, la obligación del gobierno de cubrir el déficit de la seguridad social que alcanza algunas decenas de miles de millones de dólares. ¿Cómo hacerlo? Estableciendo unas reglas fijas, no discrecionales de cobertura anual mínima de estos riesgos y déficits evidentes obligando al presupuesto a guardar un porcentaje mínimo de los ingresos, en función del PIB, con este doble propósito.

Así, estos vaivenes y obligaciones no registradas pueden ser minimizados o cubiertas. Precautela el trabajo y atiende la responsabilidad social de los servicios de pensiones y salud sin traspasarla irresponsablemente a otras generaciones.


Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

30 de enero del 2015

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