Oportunidad y crisis
Uno de los temas más complejos que existe en la fijación de la política económica es el relativo a la oportunidad de las medidas que permitan evadir una crisis o controlar una expansión indebida. No hay una certeza indiscutible del momento exacto para hacerlo, aun cuando si es posible y de hecho existen las evidencias de que algo anda mal o está en proceso de descomposición y ahí no cabe duda de la necesidad de enmienda. Sin embargo, siempre hay algo que se escapa del análisis o que proviene de una circunstancia, llámese política, de coyuntura, que esconde la existencia de un hecho cuya vigencia acarreará un costo social alto. Muchas veces los propios países miran hacia otro lado cuando algo no marcha por la senda correcta. Ahí, las advertencias pasan al olvido, se las considera fuera de tono o simplemente se las ignora.
Igual ocurre con la pertinencia de las informaciones provenientes de las calificadoras de riesgo. En ese caso son los propios gobiernos los que las descalifican. Se les acusa de no avisar con el tiempo adecuado y de ser por ello corresponsables de una crisis, o de hacerlo justo cuando ella necesita de un ambiente que rompa ese estado de ánimo depresivo. Se les estampa con frecuencia el calificativo de “inoportunas”. Lo cierto es que duele aceptar que las cosas están en un estado de deterioro y además hay descompostura en marcha.
En esa etapa nadie reconoce los errores y se inicia la búsqueda frenética de algún culpable. El gobierno anterior, los neoliberales, los periodistas, los políticos, los empresarios, los banqueros. Cualquiera menos los que lo hicieron y si las calificadoras entran en el costal, son bienvenidas. Poner las responsabilidades en otros siempre puede ser redituable aunque no corresponda a la realidad.
Algo de esto se ve en la crisis actual. Nadie tiene el coraje de decir nos equivocamos y debemos enmendar. El costo es producto de la desatención a las normas de un manejo prudente, responsable y equilibrado y no de lo que hicieron otros o de las circunstancias que no se las previeron.
Por supuesto que la irresponsabilidad puede llegar al extremo de mofarse de estos conceptos ofreciendo el oro y el moro si se acaba con la economía de mercado. Pero ese es el fin de las opciones políticas que no tienen opción de gobernar. Bailan con la crisis y esperan tener una cosecha política basada en la desesperanza de los que no tienen una solución a la vista y que miran por la aparición de un milagro. Pero este no existe y el retorno a la normalidad perdida toma mucho tiempo, más del pensado y cuesta bastante, por encima en muchos casos de lo que parece tolerable.
Por todo esto, es vital no perder la compostura de la política económica y recordar el pasado, la experiencia propia y la ajena.
DESTACADO
Europa paga el costo de la desatención a las normas de un manejo prudente, responsable y equilibrado.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
Mayo 23 del 2012