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Releyendo a Keynes

Otra vez está de moda citar al famoso economista inglés John M. Keynes para encontrar el camino de salida de la crisis de estos días. Muchos le recuerdan como el salvador de aquella de los años treinta del siglo pasado, cuando EEUU aplicó las recetas contenidas en su famoso libro “Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero”.


Por esa época, EEUU emergía como la nueva potencia mundial en reemplazo de Inglaterra. Se desarrollaba de una forma casi autárquica. Dependía poco del exterior, pero había creado un mercado común interno sumamente consistente, muy poderoso y homogéneo. Su moneda era demandada mundialmente, especialmente luego de la primera guerra.


El Estado norteamericano era pequeño en relación al tamaño de la economía ya que la filosofía económica clásica, con visión de largo plazo marcaba una línea de acción sustentada en el poder competitivo de los mercados, que tenían, por definición, una situación estable de equilibrio permanente.


Keynes, en su análisis de corto plazo, que es el período relevante de su teoría, cuestionó el manejo de la crisis porque veía que la existencia de un desempleo involuntario sugería la presencia de un desequilibrio macroeconómico que hacía necesaria la presencia de un “agente especial” que pueda intervenir para corregir la distorsión existente.


Y este agente no era otro que el Estado, cuya acción debía concentrarse en generar un efecto expansivo en las cantidades que produce una economía para que pueda absorber esa mano de obra excedentaria que se hallaba “involuntariamente” desocupada. Y aquí aparecieron como instrumentos activos tanto la política fiscal como la monetaria cuando estableció el vínculo entre la Oferta de Mano de Obra y la Demanda de Dinero, pues las personas están dispuestas y quieren trabajar porque necesitan dinero para atender sus necesidades.


En estas condiciones de desempleo abierto, lo que Keynes pregonaba es lo que hoy se conoce como “política contra cíclica”, que tiene vigor en el corto plazo y, como ya se sabe, no se sostiene en el mediano y largo plazo, pues a la larga crea deformaciones en los precios (inflación) como desfinanciamiento de la balanza de pagos. Ahora bien, para poder aplicarla en los países que no tienen moneda de curso internacional, y aquí está el pequeño detalle que muchos omiten o desconocen, se necesita haber guardado ciertos excedentes, para disponerlos justamente en estas condiciones depresivas, o si ello no existe, tener los canales de financiamiento externo abiertos y dispuestos a financiar la brecha necesaria para recrear el ambiente de crecimiento estable que se requiere.


De esta forma queda claro que Keynes no es un populista irresponsable, sino un previsivo economista con los pies en la tierra, que buscó soluciones en el corto plazo pero dejó intactos los principios clásicos de la economía de largo plazo.


DESTACADO


Keynes pregona lo que hoy se conoce como “política contra cíclica” que sirve sólo en el corto plazo.


Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

Enero 7 del 2009

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