Silencio sepulcral
La teoría económica siempre está sujeta a pruebas que demuestren su consistencia. El tiempo es la variable que permite confirmar su certeza. Por eso es teoría y no una ley inmutable. Por eso las escuelas de pensamiento vibran en su esplendor y se marchitan con el tiempo.
Han pasado siete años desde la implantación de la dolarización y a pesar de ciertos malos augurios y de decisiones que buscan minar su existencia, ahí está con sus virtudes y debilidades. Se ha convertido en un sistema que defiende, aunque a algunos no les guste reconocerlo, el ingreso y patrimonio de los más pobres.
Pero no sólo eso, sino que en este ya largo lapso se ha podido comprobar una vez más los efectos que trae este sistema extremo de cambio fijo en los precios relativos de los bienes y servicios de la sociedad.
La teoría nos dice que un país con esta política somete a una fuerte competencia a todos los productos que pueden comercializarse internacionalmente. Obliga a las empresas a ser más eficientes y a ofertar sus bienes en términos en los cuales el ganador nato es el consumidor. Igualmente, la teoría nos dice que los productos que no tienen competencia internacional o no pueden comercializarse fuera de las fronteras aprovechan su condición “protegida” para subir sus precios a un ritmo superior al promedio. De esta forma los productores de esos bienes se convierten en los beneficiarios del modelo.
Consumidores por un lado y empresarios por otro son en definitiva los que se reparten las utilidades o beneficios de los regímenes cambiarios inflexibles. En el primero, cuando pueden adquirir bienes más baratos, que para el caso se lo aprecia por ejemplo en los precios de los televisores que en estos siete años han caído en el 46%, la pasta de dientes vale 42% menos, las camisetas de niños el 28%, la naranja el 18%, los equipos de sonido 17%, las refrigeradoras igual porcentaje, los limones el 15%.
En cambio, que caros son o por lo menos como han subido los precios de la educación: Las pensiones de primaria valen hoy 700% lo que costaban al inicio de la dolarización; la de secundaria 650%, las matrículas universitarias 335%. A ellas les acompañan los alquileres de cuartos 630%, la atención médica el 440%, el agua 400%.
Ahí están los extremos vistos con meridiana claridad. Los primeros que tienen competencia internacional, deben ofrecer buenos productos y más baratos, mientras los segundos se desarrollan en un ambiente de protección natural indefinida e infinita que les permite conducir los precios con mucha liberalidad, sin amenaza real, y lo más grave sin preocuparse por la calidad de los servicios.
¿Cómo puede ser posible que se hable tanto de la necesidad de la educación y nadie diga algo sobre esta combinación explosiva de producto malo y caro? Ahora la educación es un negocio y no un servicio. El silencio nacional es sepulcral, culposo y cómplice. No existe. Más aún sabiendo, por la propia teoría que esto se debía producir. Las familias ahora requieren de más dinero que antes para poder educar a sus hijos. Y, esto es cierto también para el desvencijado sistema educativo fiscal.
DESTACADO
Ahora la educación es un negocio y no un servicio. Ofrece un producto caro y de baja calidad.
Colaboración
EDITORIAL DIARIO EL COMERCIO
Marzo 8 del 2007