Una vieja historia
Cuando se instaló oficialmente la dolarización en el 2 000 luego de un largo noviazgo que se consolidó a partir de 1949, año en el cual el país la aceptó e incorporó a la legislación nacional estableciendo el mercado libre, una de las más graves críticas del momento fue su incompatibilidad con la inestabilidad económica demostrada desde la década de los años setenta.
Precisamente por aquellos años nacía la etapa dorada del petróleo que le permitió al Estado disponer de recursos abundantes, que los gastó rápidamente y luego lo llevó a endeudarse, para financiar una política sostenida de búsqueda de nuevas actividades, creación de instituciones, asunción de obligaciones que rompió décadas de estabilidad económica.
La famosa frase de Velasco de “pueblo enfermo con moneda sana” sintetiza la profunda y larga lucha que enfrentaron años antes un notable grupo de funcionarios del BCE, encabezados por Guillermo Pérez, Eduardo Larrea y Clemente Vallejo, contra las causas populistas de un sistema de gobierno que buscaba siempre las salidas aparentemente fáciles a sus problemas recurrentes de manejar con poca probidad las finanzas públicas, pero profundamente malignas para la equidad social, el crecimiento y por supuesto el bienestar colectivo.
¡Emitir más dinero! para pagar a los maestros, a los militares, o a quien sea, no requería de otra cosa que de una simple orden. Así de sencilla parecía la solución, que en sus entrañas llevaría con el tiempo a la debacle que la vivimos justo después del arreglo limítrofe con Perú. Y es que las grandes estafas comienzan con desfalcos de centavos. Igual ocurre con los rompimientos de principios que se inician con decisiones de poca monta que por sus características llevan a una permisividad colectiva creciente e irresponsable.
El BCE, a partir de estos ataques en la época que en América Latina se proponían tesis de crecimiento con inflación pero que internamente se enorgullecía de su estabilidad, a la larga sucumbió y perdió mucha de su independencia política, que se la creyó recuperada con la reforma constitucional de 1998, pero que la perseverancia de nuestra juvenil y chispoteante democracia le hundió aún más.
Ahora que se ha recuperado la estabilidad económica a pesar de que en los inicios de la dolarización el gobierno no la tomó como su prioridad y no la buscó como un objetivo social y político, tampoco se la tiene como el bien público que demanda protección, precisamente para construir un ambiente que permita maximizar el funcionamiento de toda la estructura económica a fin de explotar al límite el potencial nacional.
No hay país en el mundo que haya conseguido avanzar en la búsqueda de bienestar colectivo sin estabilidad. Toda sociedad inestable ofrece más pobreza. Expulsa a sus miembros. Los vuelve gitanos del mundo.
Por el contrario, la estabilidad deja ver las oportunidades con claridad. Asocia al inversionista con el trabajador. Ayuda a erradicar la corrupción. Defiende los patrimonios de los pobres y con buenos gobiernos distribuye mejor la riqueza. El gobierno de Lula, que se encamina a una posible reelección tiene como logro más importante el haber compatibilizado estabilidad macroeconómica con políticas sociales exitosas.
DESTACADO
Toda sociedad inestable ofrece más pobreza. Expulsa a sus miembros. Los vuelve gitanos del mundo.
Colaboración Editorial
DIARIO EL COMERCIO
4 de Octubre del 2006