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Tsunami de cooperación

“El tsunami fue una tragedia altamente visible, impredecible y, en gran medida inevitable. Existen otras tragedias menos notorias, fáciles de evitar y predecibles por su exasperante regularidad. Cada hora que pasa y sin acaparar la atención de los medios, mueren más de 1.200 niños. Esto equivale a tres tsunamis mensuales, todos los meses, que alcanzan a los ciudadanos más vulnerables del mundo: los niños. Las causas de muerte varían, pero la abrumadora mayoría se debe a una única patología: la pobreza.”


Esta lúcida descripción de una dolorosa y lacerante realidad es la introducción del Informe sobre Desarrollo Humano del 2005 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD, que cumple 15 años de su presentación sistemática sobre el “Estado de Situación” del Capital Humano en la “aldea” mundial.


El rico y detallado análisis de los indicadores sociales que recomiendo estudiarlo, si bien señala una mejora en algunos campos, está todavía muy lejos de las metas buscadas, especialmente de las comprometidas hace cinco años y conocidas como los Objetivos de Desarrollo del Milenio-ODM-, que deben cumplirse el 2015.


En el mundo, el 40% de la población vive en condiciones de gran pobreza. Son más de 2.500 millones de personas cuyo ingreso diario no supera dos dólares, y de este número monstruoso se podría conseguir que mil millones de personas superen el umbral de la pobreza extrema de un dólar diario con una inversión total sólo para este propósito de 300 mil millones de dólares, que representa el 1.6% de los ingresos del 10% más rico del mundo. ¡Pero esa plata, no hay! La cooperación internacional que se supone cubre todos los ámbitos de esta inequidad, desde la educación, la salud, los problemas de género, la mortalidad materna e infantil, alcanza a 78 mil millones de dólares anuales y se necesita llegar a 200 mil millones anuales para cumplir los ODM.


Ese es el reto puesto en cifras. Por supuesto, toda la gestión, administración, diseño de políticas y más que nada, la voluntad política de llevar adelante un “tsunami de cooperación” con fe vigorosa, es un entramado complejo de decisiones que exige convencimiento de las oportunidades que se le ofrece a un mundo cuyas tensiones sociales se degradan y cultivan ambientes conflictivos y no de paz.


Los países desarrollados entregan 650 mil millones de dólares anuales para gasto militar, que es 10 veces lo que destinan para la paz a través de la a cooperación para el desarrollo. En Monterrey se comprometieron a llegar al 0.7% del Ingreso Nacional Bruto pues ahora no rebasa el 0.3% y ese es el objetivo que desde 1960 ha sido convenido, pero crónicamente incumplido. Sólo pocos países, los nórdicos lo cumplen con creces. Los demás recurren a cualquier excusa para justificar su desatención.


Las políticas nacionales son la contraparte que tampoco se la atiende con la pulcritud y el esmero que se requiere. El malgasto, la improvisación, los incumplimientos cierran el cuadro de este desarrollo moroso. Es cierto que se requiere más ayuda, pero también es verdad que los países deben tener mejores políticas económicas y sociales. La reciente declaración de la Ministra de Educación desnuda una realidad que la oímos pero no la escuchamos.


El Desarrollo Humano obliga a romper ataduras y condicionantes internas y externas. Es un programa en “estéreo” que demanda el trabajo coordinado de todas las partes, pero que exige voluntad política y un compromiso solidario que descanse en el entendimiento de las ventajas compartidas de un mundo más equitativo.


Colaboración Editorial

DIARIO EL COMERCIO

Noviembre 15 del 2005

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