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Los desamparados de siempre

Otra vez el enredo político. Ahora se ve con una claridad tan nítida el enorme irrespeto a la institucionalidad pública que uno se pregunta: ¿De qué sirve tener una Constitución, si a nombre de ella se levanta cualquier argumento para violarla impunemente? La liviandad de los argumentos jurídicos descansa en la interminable tolerancia nacional a soportar estoicamente cualquier tipo de explicación e interpretación, recortada, interesada, retorcida que justifica la decisión emprendida. Ahora, el gobierno, seis meses después de su instalación da retro, deja al Congreso a medio camino, y coloca al país en un desfiladero que tiene peligros que pueden desbarrancarle. No importan los costos sociales, peor los económicos, sólo interesa confirmar que somos una sociedad con dirigentes volubles y de alto contenido explosivo. Ya el mundo sabe que no puede contar con nosotros, pero hacemos méritos para confirmar nuestra vocación depredadora. Nos gusta estar en la sección de noticias terribles y a nombre de la democracia plantemos propuestas anti democráticas. ¿Cuándo terminará tanta intolerancia y recuperaremos, si la tuvimos alguna vez la sensatez?


Y mientras nos entretenemos con estos juegos mortales al estilo de la ruleta rusa, las grandes aspiraciones nacionales están abandonadas. ¿A quién le interesa arreglar los problemas de la niñez y la juventud?, que son más de cuatro millones ochocientos mil compatriotas, la mayoría de los cuales viven en condiciones de enormes restricciones. ¡A pocos, contados con los dedos!


El cumplimiento de los derechos de los niños-IDN- sigue entrampado con una nota global de 4.2 sobre 10. ¡El país sigue perdiendo el año, pero que importa! Y esto se debe a que el derecho a vivir de los más pequeñitos continúa con una tasa oficial de mortalidad de 26 muertes por cada 1.000 niños, que tiene errores por el no registro de los muertos especialmente en el campo; el 21% son desnutridos, el 22% no ingresan a la escuela cuando tienen 5 años y las madres analfabetas siguen siendo el 6%.


Para los mayorcitos, es decir de 6 a 11 años, la situación tampoco ha cambiado en los últimos tres años ya que el 51% son criados con castigos maltratantes, el 42% no comparte su tiempo libre con sus padres y el 24% no ingresa a secundaria. Finalmente, en los jóvenes de 12 a 17 años el 45% de las muertes son evitables, el 30% no están matriculados en secundaria y el 7% son madres adolescentes.


Estos son los horribles promedios nacionales dentro de los cuales se ocultan provincias con resultados más deprimentes. Por aquí se germina una nueva generación de subdesarrollados biológicos y desilusionados- rebeldes- por su condena a la pobreza permanente. ¡Se perenniza la migración!


Por esto, el Observatorio Ciudadano de la Niñez y la Juventud que se estableció hace más de tres años y trabaja con UNICEF y su Secretaría Técnica, tiene una angustia al ver que esta sociedad adulto céntrica es insensible a los problemas sociales. Como lo dijeron algunos de sus miembros: no queremos “refundar” el país, lo que queremos es que los niños no se mueran de hambre, que se eduquen bien para que cuenten con un capital en el conocimiento y, esto que parece tan simple en la práctica resulta inalcanzable. Sin embargo, lo tenemos que conseguir manteniendo una postura enérgica e interpelante al Estado por su lenidad y, a la sociedad por su falta de solidaridad.


No es posible que mientras se pelean los adultos, los niños sigan desamparados.



Colaboración Editorial

DIARIO EL COMERCIO

Octubre 19 del 2005

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