Honestidad y entereza
“Las abuelitas a través de los años aconsejan que la honestidad es la mejor política. Los políticos no son reconocidos por aplicar los consejos de las abuelitas.” Cito, con traducción libre, la frase con la cual inicia The Economist su editorial principal del número correspondiente al 17 de julio, y que la utiliza para desarrollar el tema de la sinceridad en las expresiones del Presidente de los EEUU y el Primer Ministro inglés sobre sus decisiones en la guerra contra Irak.
Para los propósitos de esta columna me interesa utilizar la bien lograda frase de introducción y el paralelismo que podemos aplicar entre este caso y lo ocurrido en nuestro país, con las distancias debidas, en los últimos días.
Nadie desconoce que el régimen despótico de Saddam Hussein en Irak era un lunar horrible, pero ello no justifica las acciones tomadas. Acá, nadie desconoce el problema de los jubilados, pero esa situación no justifica decisiones que ocasionan daño a los demás y erosionan los patrimonios de las generaciones futuras.
En la historia mundial se usó el miedo al uso de armas de destrucción masiva para justificar los hechos. Por nuestros lares se utilizó la angustia para tomar decisiones. En ambos casos el objetivo era el bien común. En ambos casos paga la cuenta la sociedad, pero lo hace de una forma disimulada, o mejor oculta, a través de los efectos producidos por el desarreglo económico. Allá, con más inflación e intereses más altos, todos tendrán que contribuir, mientras por acá ya se ven las puntas de nuevos recortes sociales, más impuestos y futuros presupuestos desestabilizados.
Lo lamentable es que tanto allá como acá, los problemas de fondo siguen intactos, incluso podemos decir que agravados, con perspectivas de mayores dolores de cabeza pues la multiplicación de efectos se ven y verán en la violencia (allá) y en la expropiación de los aportes privados. Los líderes mundiales pierden imagen, los nacionales confirman contradicciones.
El tiempo es el mejor aliado de la honestidad. Con los días se agudizan las percepciones, se siente si la verdad acompañó a las explicaciones de los hacedores de la política pública, o si en cambio hay una sensación de carencia de transparencia. La política no es el arte de engañar, de sacar el cuerpo ante los dilemas, de buscar subterfugios para justificar acciones como ocurre con buena parte de nuestros dirigentes políticos cuando tienen la obligación de explicar los fundamentos de sus decisiones.
Posiblemente el activo mas apreciado de un hombre público y también de un privado, es su imagen de honestidad, verticalidad y consistencia. Cuando se la pierde, o simplemente se percibe que no está actuando de la forma como cree explicar, nace la suspicacia que termina en la pérdida de credibilidad.
Un reciente trabajo de NNUU sobre Democracia, Economía y Ciudadanía alerta a América Latina, y por supuesto al Ecuador, sobre los riesgos que se evidencian luego de 25 años de la reconquista del sistema. Doce presidentes no han terminado su mandato, la confianza en los partidos políticos cayó al 11% y el 54% apoyaría a un gobierno autoritario si le resuelve sus problemas.
Con la democracia no se debe jugar, es demasiado importante para utilizarla en provecho propio. La entereza no es patrimonio de los valientes sino de los hombres de bien.
Colaboración Editorial
DIARIO EL COMERCIO
Julio 29 del 2004