No perdamos lo recuperado
La inflación anual de los últimos tres meses es la mas baja desde hace mas de 32 años. El país no había visto una situación de estabilidad de esta profundidad desde diciembre de 1971, albores de la época petrolera.
Podemos decir que hay más de una generación de ecuatorianos que han convivido con la inflación, se han adaptado a ella y saben como neutralizarla. Existen también compatriotas que han perdido sus esperanzas de superar su limitada condición de vida y han sido condenados a la pobreza. En este lapso, la distribución de la riqueza ha sido contraria al mejoramiento de la equidad, se han agudizado los problemas sociales y el Estado extravió el papel de conductor de la sociedad.
La inflación, concebida hace algunas décadas como el insustituible costo de un futuro para los pobres, se enraizó a tal punto que todavía hay políticos que la defienden y no faltan analistas que vituperan contra los que la combaten. Con los años, los resultados de su presencia son casi todos condenatorios; o mejor aún, demuestran que ella no sólo que no conduce a un paraíso, sino que resume la incapacidad de gobernar con responsabilidad. Su vigencia es la demostración de la falta de compromiso con la búsqueda del bienestar colectivo, pues trae consigo una cola de pesares cuya carga la soportan los de siempre.
El advenimiento del petróleo y la apertura de los mercados financieros internacionales a los países en desarrollo son los dos hechos que corrompieron la conducta pública ecuatoriana. El Estado se sintió rico y gastó a manos llenas y cuando se le acabó recurrió al “endeudamiento agresivo”. De eso son ya más de 30 años y todavía no podemos salir del embrollo.
Todos los años predicamos austeridad pero sucumbimos ante las presiones de diverso género. Hemos perdido buena parte del patrimonio público, pero seguimos sin avergonzarnos de ello. Es mas, ni siquiera tomamos conciencia de lo hecho y de sus secuelas para las generaciones futuras. Queremos seguir gastándonos lo que no nos corresponde, y con impudicia sostenemos cualquier argumento a favor del mantenimiento de un Estado ineficiente e irresponsable.
Siempre hay un “pobre” servidor público al que debemos respaldar, pero nadie defiende al “pobre” paciente o alumno. Siempre reclamamos que los morosos paguen, pero cuando tenemos ese papel queremos que nos acepten como morosos “responsables”. Siempre apoyamos al que rompe carreteras o impide un servicio público, pero nadie se duele de los afectados.
Esa sociedad es la que hay que desterrarla y debemos empezar por enraizar la aplicación de principios responsables. Las cuentas públicas deben regresar en su concepción básica a las normas de los cincuenta y sesenta cuando se las manejaba con discreción y gran celo nacional. En esos tiempos el Ecuador no se dejó embaucar de los cantos de sirena que venía del cono sur y que pregonaba la creación del déficit fiscal para crecer más rápido. Ahora, que consigue recuperar lo perdido hace 32 años es tiempo de defender los fundamentos de la política macroeconómica que aconsejan un manejo con el respeto al equilibrio fiscal. Si eso lo volvemos a perder, o si lo que buscamos ahorrar para tiempos malos nos lo volvemos a feriar, no busquemos otros culpables que los mismos que hoy sólo piden mas gasto y no promueven ingresos compensatorios.
Colaboración Editorial
DIARIO EL COMERCIO
Abril 7 del 2004