La globalización ofrece futuro
La historia de la Economía nos recuerda la enorme riqueza intelectual que lleva dentro de su seno. Niall Kishtainy, profesor de esta especialidad en London School of Economics publicó un precioso relato de la evolución de esta ciencia (“Breve Historia de la Economía”) que lleva al lector a comprender como se fue configurando la economía actual desde sus albores hace un poco más de dos mil años y tomó forma cuando apareció el capitalismo a mediados del siglo XVIII. Es, por lo tanto, una ciencia joven sometida a un sostenido proceso de perfeccionamiento que tiene la compleja responsabilidad de incorporar los perseverantes cambios e innovaciones que desde la primera revolución industrial transformaron al mundo.
Durante muchos siglos las condiciones de vida de la gente no cambiaron. Prevaleció la pobreza dentro de una realidad carente de educación. Era un mundo que no tenía visión de futuro (el crecimiento no existía). La plebe vivía con lo poco que producía en un ambiente de sometimiento. Sin embargo, desde los tiempos de los fenicios aparece el comercio como una fuente proveedora de riqueza y libertad. Bastantes años después surgen ciudades como Venecia cuyas actividades le convirtieron en el primer imperio comercial desde los inicios históricos de la civilización.
A partir de ahí, toman cuerpo diversas etapas económicas del mundo empezando por el Mercantilismo. Aparece la Fisiocracia como gobierno de la naturaleza. En fin, paso a paso se configuran las bases del capitalismo y se ven las primeras andaduras de la globalización. Adam Smith y David Ricardo se convierten en los portavoces del nuevo modelo cuyos postulados, con las modulaciones que las circunstancias lo requirieron, mantienen su vigencia y marcan el dinamismo de la sociedad en esta nueva etapa, hoy llamada del conocimiento.
Para llegar al mundo moderno, muchas cosas fueron necesarias que se concreten. Entre ellas, podría decirse que marcaron su prosperidad: la educación (en 1820, 9 de cada 10 personas era analfabeta. Hoy, 9 de cada 10 saben leer y escribir); la democracia y sus valores; la economía y sus reglas de manejo responsable (Otra vez, en inicios del siglo XIX, 9 de cada 10 personas formaban la pobreza extrema. Hoy, son 1 de cada 10); la institucionalidad pública y el respeto a los derechos humanos; la propiedad privada y sin lugar a duda la búsqueda de un planeta integrado que maximice sus potencialidades y ofrezca soluciones o por lo menos confíe en que ellas se hagan realidad bajo la búsqueda permanente de los beneficios de la innovación y eficiencia.
En el siglo XX y especialmente luego de la II Guerra Mundial, la globalización fue un factor gravitante del fenomenal crecimiento que marcará la historia de este tiempo. No fue el único, pero sin ella, es decir sin el gran despliegue del comercio mundial, otra sería la realidad. La pobreza en el planeta sería mayor. Los niveles de bienestar en general serían menores. La innovación posiblemente no habría tenido el ímpetu que demostró con sus fabulosos efectos en todos los órdenes de la vida mundial. Por ello su defensa es un asunto vital para la humanidad. Regresar al proteccionismo y mirar hacia adentro (de cada país) es castigar a las generaciones que vienen a un futuro con perspectivas recortadas, limitadas e insuficientes en su capacidad de atención de sus necesidades. Es retroceder en lugar de avanzar.
La lucha contra la autarquía ha sido larga y costosa. Durante siglos el mundo vivió en tinieblas precisamente porque se enclaustró. Abrir las fronteras. Derrumbar los intereses de grupos incapaces de competir requirió de una convicción política sustentada en una visión de un planeta donde todos (o la gran mayoría) compartamos los beneficios para asegurar la preservación de la paz y la convivencia. Ojalá los centros de poder mundial preserven y perfeccionen los mecanismos de la globalización para corregir sus limitaciones y ampliar los beneficios porque la amenaza de tumbarla está a la vista.
Colaboración
Revista Forbes
Econ. Abelardo Pachano
14 de noviembre del 2024
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