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Hay muchas puertas cerradas

Este artículo escribo unos días antes de la posesión del nuevo gobierno (20-11-23). Según el futuro gobernante, lo primero que busca hacer es crear las condiciones para generar empleo en sectores específicos, aquel que proviene de fuentes privadas y se sustenta en los beneficios que encuentra la inversión para tomar riesgos en emprendimientos que concilien sus intereses con los del trabajo. El mecanismo: reducir impuestos. Quiere, además, impulsar programas que promuevan el consumo. Parece simple. La propuesta suena coherente con los postulados básicos de la funcionalidad económica. En teoría, ¿quién puede refutarla? Las dificultades aparecen cuando se escudriña la forma de hacerlo dentro de una realidad que tiene poquísimos grados de libertad.


Entonces, al examinar la motivación económica con esa reducción de impuestos aparece un efecto no deseado: se complica el déficit fiscal, que no es de poca monta, por lo menos hasta que se cristalicen los beneficios (?) en la producción y el consumo que le restituyan con nuevos ingresos. Todo esto le pone al gobierno en la necesidad de buscar por donde compensa ese hueco (más de 5.000 millones el 2023 y superior a 6.000 millones el 2024); y, ahí las papas queman, porque: primero no puede usar al Banco Central como inversionista de bonos emitiendo dólares. No tiene espacio en la caja del IESS cuyo problema estructural es grave. En el mercado internacional no hay prestamistas y los multilaterales regresaran a ver al FMI para ver qué opina sobre el corto horizonte del gobierno. Algo puede conseguir usando la liquidez de las empresas públicas, pero su resultado será abrir otros frentes con problemas.


De cualquier manera, el tiempo apremia y la caja fiscal no tiene dinero. Esperemos que las obligaciones públicas de fin de año se puedan cumplir. Reformar el presupuesto para que trabaje sobre rendimientos cualitativos de los recursos entregados es imperativo, pero no resuelve el problema. ¿Subir impuestos? ¿Eliminar subsidios? No se ve dispuesto al gobierno. Hay muchas puertas cerradas.


Además, Ecuador tiene el sistema monetario inflexible que todos lo conocemos. No tiene moneda propia y, por lo tanto, no puede emitirla. Ahora el efecto de la figura de emisión se da mediante el ingreso neto de dólares del exterior que se ven atraídos por los anzuelos de la política económica. El país para poder disponer de ese dinero y multiplicarlo de forma primaria necesita que alguien traiga dólares y los ponga a trabajar. Si eso no ocurre y en cambio salen dólares de manera neta, ese multiplicador trabaja en sentido destructivo: quita recursos disponibles para el país (el 2023 es un ejemplo) En ese caso, sólo queda la dinámica de la gestión de intermediación del sistema financiero, cuyo límite es la disponibilidad de liquidez del propio sistema. Obviamente, con pocos dólares y mucha demanda de crédito productivo, la tasa de interés local seguirá con la tendencia al alza. No habrá dinero como se quiere y ese cuello de botella financiero hará su trabajo en contra del crecimiento.


Eso recuerda a Grecia y su crisis. Querían crecer. Habían agotado el uso de sus fuentes de financiamiento, pero se aferraban euro. El Banco Central Europeo secó los cupos de créditos de emergencia (en nuestro país ni siquiera eso tenemos). No les quedó más remedio que tomar la dura y desagradable medicina. Acá, lo bueno es que el sistema financiero está bastante bien y la gente confía en él. En Grecia le desplumaron como ocurrió por nuestros lares en 1998.


Sólo queda tener un acuerdo con el FMI. Aún más, en el 2024 hay que pagarle 1.107 millones de dólares y con brecha financiera del presupuesto del 2024 (déficit más amortización de deuda externa) de por lo menos 8.200 millones de dólares, es indispensable conseguir un “rollover” de esta obligación, como de alguna manera lo logró otro país. Sólo así se abrirán las puertas de otros organismos y el horizonte mejorará.



Colaboración

Revista Forbes

Economista Abelardo Pachano

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