Deberán pensar bien antes de tomar decisiones
Apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, el mundo se cuestionó la forma como conducía y resolvía los conflictos entre países luego de ver que el gran intento para lograrlo a finales del primer conflicto mundial del siglo fue un estruendoso fracaso. Pero, no sólo la violencia política que devino en militar marcaba la historia de casi tres décadas de estancamiento en el bienestar colectivo (en algunos casos de evidente retroceso), sino que estuvo acompañada por la profunda descomposición de las acciones, decisiones y retaliaciones emanadas de la política económica. Era un mundo en el cual las monedas no lograban mantener su valor, la inflación hacía de las suyas, el comercio mundial era centro de profundas disputas y obviamente las condiciones de empleo demostraban las lacras de esa larga transición.
Las Naciones Unidas en el plano político y las instituciones de Bretton Woods en el económico buscaban reordenar las relaciones de un mundo descompuesto y, lo lograron. Salvo disputas focalizadas (Corea, Vietnam,Medio Oriente, entre otras), la paz permitió ofrecer un espacio de restablecimiento paulatino de confianza, consolidar dos bloques que llevaron sus discrepancias al ámbito diplomático, con las reconocidas tensiones y afanes de evitar el liderazgo de una de ellas, mientras la economía vivía la mas larga etapa de crecimiento y recuperación de bienestar, que ahora se le conoce como el tiempo de los “Baby Boomers”, que hoy constituyen la generación que transita por el tiempo de su jubilación.
En América Latina apareció, especialmente desde los años cincuenta, el afán de recortar las distancias que había con el mundo hegemónico. La recuperación de Europa era un hecho que contrastaba con la lentitud que avanzaba la región. La creatividad sobre alternativas de construir políticas económicas que sean un acicate del crecimiento dieron lugar a visiones que rompían los paradigmas fundamentales en los cuales se asentaba el marco creado en Bretton Woods y, los resultados no fueron los que se buscaban. El crecimiento no cambió de ritmo, apareció la inflación que fue el azote en algunos países europeos, pero ahora en América Latina. Las cuentas públicas se salieron de cuadro y la estabilidad cambiaria se volvió un dolor de cabeza. Por fortuna, Ecuador no cayó en ese juego. Cuidó la estabilidad y demostró con ello el valor de preservarla.
En ese ambiente caldeado y cambiante, el estudio académico de esta fenomenología tuvo una etapa de enormes beneficios. Era el laboratorio ideal que dio lugar a la proliferación de tesis muy ricas en sus análisis sobre las causas de la inflación, que hoy en el mundo de las economías avanzada hace mucha falta y ha llevado (por ese desconocimiento o simplemente afán de considerarlo como un tema transitorio) a la recreación de puntos de vista que demuestran el desconocimiento de la forma como se conduce esta descomposición económica con enormes daños sociales.
Finalmente, como todo proceso que responde a las acciones deliberadas que buscan su mitigación, ha sido necesario reconocer que la inflación responde a esa combinación de factores, inducidos por decisiones políticas que alteran sea la oferta de bienes y servicios o la demanda agregada que impulsa el consumo mas allá de lo que puede ser atendida por la estructura vigente. Lógicamente, el costo de salir del juego es evidente: los cinturones aprietan y eso duele. Hay menos dinero, además es mas caro y la escasez confirma su supervivencia.
La lección es clara: países ricos y pobres pagan por sus pecados. Nadie sale bendecido cuando desafía a la credibilidad y confianza con decisiones de ruptura de la lógica económica que guía la conducta humana. El ser humano es mas inteligente de lo que creen los charlatanes que llegan por alguna carambola al poder.
En el Ecuador, las cosas no andan bien. La dolarización tan apetecida por la gran mayoría puede descarrilarse si se sigue amenazando con proyectos que rompen las bases de su sostenibilidad, que no son otras que mantener unas finanzas públicas equilibradas, con gasto de calidad encuadrado en ingresos razonables y compatibles con el incentivo de la inversión nacional; asegurar el respeto indeclinable de los recursos que son propiedad de personas e instituciones públicas y privadas distintas del gobierno nacional; comprometerse con el mantenimiento de niveles de deuda pública que no pongan en jaque la capacidad de pago y gasto del sector fiscal y con ello generar una animadversión de la inversión privada.
Esto que es tan claro y cuesta aplicarlo, lo entenderán quienes buscan el poder antes de que sus acciones profundicen los problemas y sea demasiado tarde para cuidar el modelo monetario que tanto gusta. Las tijeras de la dolarización cuando cortan pueden llevar a un desangre incontrolable.
Colaboración
18 de julio del 2023
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