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En dónde estamos

Después de los tormentosos días por los cuales debió transitar nuestro país, que algunos lo proclaman como “país de paz”, pero que los sucesos le dejaron hecho jirones, es difícil decir en donde estamos y hacia que lugar nos dirigimos. Lo cierto es que ese recordado lema será parte de una romántica historia, pues las semillas sembradas estos días no darán frutos apetecibles sino envenenados y aborrecibles.


A nombre de la Constitución, de las leyes, de los derechos humanos, de las reivindicaciones, nació, creció y se desarrolló todo un complejo pero bien planificado ( vaya ironía) proceso anarquista, que destruyó no sólo una parte de la infraestructura física de ciudades, fincas privadas, obras monumentales, sitios históricos, propiedades privadas y públicas, sino que hizo tabla raza de los derechos de la gran mayoría de ecuatorianos, quienes en muchos casos vieron no sólo con horror y miedo, sino con ira e indignación, como una minoría descontrolada, cuyos dirigentes se sacudieron de sus enormes e indiscutibles responsabilidades como cualquiera se sacude el polvo de su indumentaria, para decir a los cinco vientos que sus marchas son pacíficas y “tercerizar” las insensateces hechas con los socios de la destrucción: sus propias bases (perfectamente aleccionadas y, sino lo creen, sólo pregunten a los floricultores y sus trabajadores vejados quienes los agredieron) y, los reconocidos infiltrados (que ahora aparecen como unos angelitos y se autoproclaman perseguidos políticos) con una estrategia complotada para saborear con la miel de la venganza una posible caída del gobierno.


Aparentemente el país recuperó la normalidad y empieza a valorar los daños, pero las secuelas en la institucionalidad, la verdadera seguridad, la tranquilidad, el afán de emprendimiento, impulso del empleo, del trabajo productivo (que no da señales de tener energía y peor después de tanta agresión), la atracción de los necesarios capitales (que incluso algunos levantados lo reconocían en el medio de sus diatribas), no se sabe cuanto tiempo tomará y si será posible conseguirlo, pues, como ya es costumbre, en los encendidos discursos demagógicos, quienes generan riqueza siempre terminan agredidos; y, con ello, estas subversiones ocasionan la castración del nervio vital del desarrollo: la confianza.


Nadie sabe hacia donde vamos pues los paradigmas fundamentales de una sana economía, que ofrece mejores oportunidades con ejemplos prácticos e irrebatibles en el mundo de hoy, se la rechaza. Flamea la razón de la sinrazón. Se impone la fuerza y quedan en el camino todos los principios que hacen de la democracia un sistema de libertades, derechos y más que nada obligaciones. En ese plano poca efectividad tiene la política económica. Si el país no aporrea y destierra la impunidad, cosechará más pobreza.


Colaboración

Diario El Comercio

18 de octubre del 2019

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