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Más rápido y claro

La sensación de estar parados (me refiero al estado de la economía) crea un ambiente, primero de inconformidad que con el paso de los días, las semanas, los meses, se convierte en pesimismo, lo cual influye en las actitudes de la colectividad que siente desazón, pierde interés y abandona las ideas que acariciaba de búsqueda de nuevas oportunidades. Si este proceso continúa, los efectos contagiarán a personas menos proclives a la depresión emocional, pero no inmunes, con lo cual el sentimiento de impotencia en la sociedad crece y, pone en peligro adicional la posibilidad de salida del entrampamiento al que llegó la economía. El propio proceso ya tiene ese riesgo.


Una vez que esta rueda entra en acción, no es fácil salir de ella. Toma su propia inercia que demanda de esfuerzos mayores, inclusive superiores a los naturales de una situación en camino de sanación, para poder en una etapa inicial pararla y luego reversar hacia el optimismo, la confianza que son los estados de ánimo fundamentales que convencen a quienes tienen las habilidades empresariales necesarias para encontrar opciones de invertir, crear empleo y riqueza.


Entonces, lo que sigue tiene al lógica simple de una deducción evidente: hay que detener el proceso; pero la dificultad emana de cómo hacerlo, cómo combatirlo antes de que tome cuerpo, más allá del que ya se lo siente, pues el ambiente deja de ser pasivo y de a poco se transforma en rebelde, que en lugar de atender las causas de la problemática, las complican. Y, claro, el tiempo mediante el cual se responde resulta una vez más, el aliado o el enemigo que marca el derrotero del futuro inmediato.


Aquí cabe tener de manera permanente mensajes claros, inequívocos de lo que se quiere hacer, cómo se lo quiere abordar y cuándo se lo hará. Las dudas, las vacilaciones, los cambios inesperados o inexplicables, son mecanismos de transmisión del desasosiego. El acuerdo con los multilaterales, su cumplimiento; las negociaciones comerciales con la Alianza del Pacífico; las reformas estructurales no pueden llevarse adelante a ritmo lento. Hay que ponerlas en marcha con mayor ahínco, sabiendo que son difíciles, pero que deben ser encaradas. Si esto no se lo ve pronto, no sólo que le faltará tiempo al gobierno, sino que lo construido puede estar en peligro.


Se han hecho muchas cosas. Faltan también un cúmulo de decisiones claves. Por suerte el país dejó, por lo menos así se lo ve, la senda del desafío de los equilibrios económicos que le llevaba al precipicio. La transición tiene incomprensiones. Por eso, el tiempo tiene que ser el aliado, las definiciones claras y en lo posible oportunas. Este es el reto que puede romper la desesperanza de un país que sí tiene futuro y hay que creer en él. Ojalá sus desencuentros se superen.


Colaboración

DIARIO EL COMERCIO

12 de julio del 2019

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