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Ojo con esta reforma tributaria

Las necesidades mínimas para volver a crecer de manera sostenida y sana, sin comprometer más el futuro, como ya lo hizo la política económica que se aplica desde el 2007, descansa en la reconciliación y buen entendimiento con la inversión privada.


Es la única que puede asumir la función motriz de un desarrollo bajo un horizonte despejado. No hay más. No hay por donde perderse. Con la inversión pueden incubarse proyectos que impulsen las exportaciones y con ellas cofinanciar la balanza de pagos. Y, lo más importante, con ella se genera el tan deseado empleo.


Con la inversión privada a toda vela, no hay que preocuparse de la salida de divisas. Solitos, o mejor acompañados por esa política económica amigable, los flujos se darán la vuelta. El garrote no es necesario.


Lo que acaba de ocurrir en el campo tributario en los EEUU es un ejemplo que nos sirve, pues, más allá de quien lo propuso (que no es del agrado de muchos de nosotros), confirma que los capitales se mueven por incentivos y no por castigos.


El comentario común sobre esta modificación se concentró en la reducción de la tasa de impuesto a la renta de las empresas del 35% al 21%, poniéndola al nivel de varios países europeos y algunos asiáticos y la eliminación del impuesto ultramar. Cierto es que la reforma también reduce los impuestos a las personas, pero lo hace en una escala inferior.


El cambio sustantivo radica en el abandono del concepto de “renta global”, que busca gravar a las utilidades de las empresas y personas sin importar el sitio en el cual se generan, por el de “renta geográfica”, que de ahora en adelante sólo se concentrará en los rendimientos generados dentro de los EEUU, eliminando todo tipo de tributación a las utilidades obtenidas en el exterior, sea que las retornen a su país o las mantengan afuera. Y lo hicieron, porque con el sistema anterior no consiguieron ni repatriar capitales ni cobrar tributos sobre las utilidades ultramarinas.


Estos cambios tendrán sin duda alguna efectos importantes en las decisiones de inversión de los grandes y pequeños conglomerados norteamericanos (y también locales), pues para llevar sus capitales al exterior (o traerlos) deberán mirar la oportunidad del negocio, la tasa tributaria que deban pagar, el riesgo inherente, la disponibilidad de las utilidades sin castigo, pues de ahora en adelante lo que obtengan en cualquier parte del mundo podrán ponerlo a disposición de sus accionistas


El Ecuador debe estudiar con cuidado este nuevo elemento de la política económica mundial para modernizar el sistema tributario, partiendo de esta realidad que seguramente durará algunas décadas, sin olvidarse que ahora necesita algunos miles de millones anuales adicionales de inversión privada si quiere volver a crecer.



Colaboración

Diario El Comercio

09 de febrero 2018

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