Que efímero es el poder
¿De qué escribo mi columna de esta semana? Hay veces que los temas que usualmente trato se multiplican y otras que desaparecen como por encanto. No faltan las ocasiones, y tal vez ésta es una en la cual la política vuelve a cubrir el panorama. Estamos a una semana de la consulta, proliferan voces de apoyo, también se escuchan opiniones de desagrado y las encuestas regresan a un mercado ávido de información. Cierto es también que la economía ha sonado más de lo normal y creo que ha sido bueno para todos, pero no quiero ser repetitivo ni impertinente sobre lo que últimamente se ha conocido y discutido.
Lo innegable es que en pocos meses se ve como han cambiado las circunstancias, especialmente para algunos. Resulta increíble ver el recibimiento que tienen los líderes intocables de hace poco tiempo, que no son muy cariñosas ni asombrosas que digamos, pues necesitan protegerse de la abundante producción avícola que demuestra una demanda exuberante a su paso por esas vecindades. No soy partidario de la violencia, pero entiendo lo que ocurre y me limito a señalarlo. El poder confirma una vez más su calidad efímera, a la par que vuelve a verse, en este clima frío, casi congelante, como retorna ese viejo dicho “quien siembra vientos cosecha tempestades”.
Ante el hastío de la rudeza, es difícil entender la insistencia de parte de los ex gobiernistas de esa estrategia de campaña. Con esa línea de acción abusiva se rompieron los equilibrios y controles de la democracia, que ahora ya ve la sociedad lo difícil que son restablecerlos. El cambio de tono le dio resultado al gobierno. Los indicadores de aceptación ofrecen ese resultado, y las encuestas van de la mano con esa percepción. El país quiere ver cambios, pero no sólo en lo formal, que si bien tienen su valor, deben estar acompañados por hechos que confirmen el regreso a un sistema de valores y principios democráticos.
Como ciudadano libre he comprometido públicamente mi apoyo a la consulta porque la considero el primer paso hacia la recuperación de una sociedad en la cual la discrepancia sea tolerada; el ser humano respetado; el gobernante vuelva a ser un servidor y no un prepotente; la justicia rinda cuentas y , a la corrupción la podamos castigar. Es momento de ofrecer y adoptar una política que sea implacable con la impunidad.
Si deseamos crear bienestar, partamos del respeto a las normas en las que se asienta un Estado democrático, que además se precie de ser aquello y las cultive, que de ahí la economía podrá hacer lo suyo, en especial si la entendemos dentro del marco de una política mixta de mercado que también respete sus paradigmas.
Colaboración
Diario El Comercio
26 de enero del 2018