¿Qué semana?
Será difícil olvidar todos los acontecimientos que ocurrieron en esta segunda vuelta electoral y, posiblemente, ocurran con posterioridad al momento que escribo esta columna. Días más intensos desde el domingo, llenos de contradicciones, que exacerbaron a muchos ecuatorianos y los pusieron en plan de rebeldía. Días intensos, llenos de provocaciones con declaraciones salidas del marco legal y respeto a la colectividad, que contribuyeron a despertar a una buena parte de la sociedad que parecía dormida. Días intensos, plenos de acciones forzadas tendientes a cerrar un proceso a como de lugar, aún antes que se cumplan los tiempos y recursos legales, que incubaron la mentalización colectiva sobre la existencia de hechos encubiertos. En fin, días intensos llenos de incertidumbre e ira por el descrédito y la desconfianza de quienes tienen la responsabilidad de hacer cumplir el mandato popular.
Y, en ese ambiente convulsionado, navega precariamente una economía que tiene caliches por todas partes, a la cual le pegan parches con material reciclado, que pronto dejarán de cumplir su función. El país ya no tiene un problema epidérmico. No es circunstancial ni está en camino de solución. Los desequilibrios están vivitos. Irresueltos. Algunos, con coberturas que abren otras fisuras y contaminan a quienes se debía inmunizar. Pero, esa es la realidad que encubre (por fortuna) la dolarización y protege de un desbordamiento masivo. Y eso, algunos no lo quieren ver o se aprovechan para desconocerlo por intereses políticos. En síntesis, los daños han corroído la estructura general del sistema fiscal, externo, productivo, laboral.
Un ejemplo de estos parches perniciosos son los créditos otorgados por el Banco Central al Gobierno. Ya no hay límite ni compromiso en la disposición libre de los dólares entregados por el Central para cubrir el gasto público. Es una caja abierta, a disposición del ejecutivo. La última semana de marzo se tomaron más de 500 millones de las reservas internacionales, para atender con seguridad los sueldos del mes. Y, vaya coincidencia con la obligación de repatriar un monto similar por parte de los bancos privados. No importa el compromiso de no usar las reservas bancarias para este propósito. Ya se lo violó y será muy difícil restituirlas, pues la incapacidad fiscal de balancear su presupuesto le llevó a también a romper la promesa de mantener estos créditos en operaciones pagables de corto plazo. La palabra pública está devaluada.
En fin, el Ecuador está entrampado entre imponer un resultado cuestionado o esclarecer todas las dudas y objeciones para legitimar el resultado. Si creemos en la democracia, la transparencia convive con la confianza y ella con un país vigoroso.
Colaboración
Diario El Comercio
07 de abril del 2017