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Lo que pudo ser

Las penurias de la economía, las distorsiones flagrantes de la democracia y los sismos, tienen a mal andar al país. Las tres siguen, perseverantemente, cambiando el humor de los habitantes. A momentos, incluso les ponen los pelos de punta. Hasta parecen solazarte con una angustia cotidiana.


La última reforma tributaria, enancada en el dolor derivado de una tierra temblorosa, sólo ofrece menos esperanza, mayor contrición. Fueron inútiles todos los esfuerzos por explicar su inconveniencia. Primó la militancia sobre la razón. No hay nada que hacer. Con mayorías absolutas, se esfuman las virtualidades de una democracia que razona y acuerda.


Ese ha sido el largo camino de estos diez años de gobierno. Imposición a contra vía del diálogo. Discrecionalidad en lugar de normatividad reglada. Transitoriedad en sustitución de perseverancia. Alteración y no estabilidad. Por ello, la cosecha no es buena. Es escasa y no alcanza para todos.


Ahora, sin recursos suficientes ni para una vida tranquila, lo poco que hay, el gobierno lo arrancha para saciar su voluntad. Más impuestos, en una economía que se achica, la sigue volviendo más cara, menos viable. Se revierten las ganancias de los indicadores sociales. Ahora, se promueve pobreza e inequidad.


Con todo lo hecho no se resuelve el estrangulamiento financiero del Ecuador. Posiblemente se lo agrava. Castigando a los patrimonios, sobre un mal entendido mensaje de solidaridad, en lugar de atraerlos se los espanta. Si antes pocos venían, con la ley, serán menores los atractivos para convencerlos que nos acompañen en un viaje a un futuro mejor.


Y con estos impuestos, la competitividad pierde otra batalla. Es decir, no arreglamos ni lo inmediato, peor lo mediato. Y sin ella, ¿cuál es el futuro? Difícil encontrar, bajo esos términos, la consistencia y conveniencia del modelo, al que casi todos queremos defenderlo. Entramos en un túnel que no tiene salida.


Si el país hubiera cuidado su competitividad, ahora tendría otra realidad. Miren estos datos y piensen como se desvió de su sendero. Al tomar el índice de precios, que consiguió el país en los 36 meses de los años 2004 al 2006, y proyectarlos, con una ecuación matemática que tiene una precisión del 99.94%, este índice ( base 100 en el 2004) habría llegado a ser 111.6 en marzo de este año, en lugar del 156.8 que alcanzó en la realidad.


Es decir, al cuidar la inflación, manteniéndola a los niveles estabilizados en esos tres años, anteriores a la gestión actual, los precios de los bienes y servicios nacionales podían haber sido 45.2 puntos porcentuales menores. Teníamos un país más barato, mucho más preparado para la competencia, menos atosigado de problemas.


Colaboración Editorial

DIARIO EL COMERCIO

Mayo 20 del 2016

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