Parar la sangría
Ha corrido el 2015 y ha sido un año de desilusiones. Estamos en su agonía y todo señala un fin con angustia. Otra vez, y sería la cuarta, nos visitan los demonios desde el retorno a la democracia, si a la actual podemos todavía darle ese calificativo. Ya era hora de aprender la lección, pero seguimos siendo porfiados.
Está claro que de ésta tampoco escapamos. El horizonte tiene nubarrones cargados de tormenta, ante lo cual algunos cierran los ojos para desconocer lo que se viene. Como si aquello traería de vuelta la abundancia dilapidada y perdida. ¡Y eso no es así! El problema es que no nos preparamos para la tempestad y carecemos hasta de paraguas. Tal ves unos pocos escapen, pero serán una minoría reducida.
Si sólo salimos empapados, bajo una recesión algo ordenada-que es inevitable y podía atenuarse si se actuaba a tiempo-, sería un milagro. Ahora es muy tarde. Se contaminaron todas las actividades. La contracción monetaria dificulta más el problema. Muchos perderán sus empleos. Aquello ya ocurre en estos días –no es predicción sino realidad pura y dura- y conforme transcurre el tiempo se suman más a la flota de despedidos. Nadie habla de ampliar los roles de pago. La amargura del ciclo se siente. Atrapa a más miembros de la sociedad.
Otros verán liquidados sus patrimonios. O por lo menos afectados. Deberán empeñarse en minimizar los daños y eso significa enconcharse. Hacer lo necesario. Cuidar lo que tienen. Los empresarios se incorporan. Unos lo sabían pero poco hicieron, mientras otros creían que la fiesta no tenía final. La sorpresa, para unos, duele. Reconocer que vuelven las golondrinas, cuesta. No pocos vivirán con el agua al cuello y una ansiedad profunda. El estado de bienestar calichea por varias partes. Hasta el IESS sufre los embates por acciones dedicadas. No merece esa injusta contaminación. Le hicieron un daño de proporciones históricas.
El gobierno actúa con parsimonia. Como si le sobrara el tiempo. No explica, porque no lo tiene o no lo quiere reconocer, como piensa enfrentar todo lo que se viene encima. No tiene dinero. Se gastó hasta lo que no tenía. Ahora, cuando más necesita, los amigos se vuelven difíciles, pues ya no confían en su habilidad de pago. La pendiente de la cuesta es muy alta y deberá despojarse de muchas alforjas. Pesan mucho y nadie ayuda a cargarlas. Los demás ya tienen lo suyo. Pero no quiere hacerlo.
El Ecuador se volvió un país ilíquido. El sector externo pide más de lo que ofrece. El gobierno igual. La banca ve caer los depósitos. Cambiar esto es la primera prioridad. Es urgente encontrar formas de parar la sangría y recuperar los flujos positivos. Ahí el gobierno debe dar ejemplo y eso no se ve todavía. El presupuesto del 2016 deja mal sabor.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
04 de diciembre del 2015