Ojalá lo consigan
La historia de la integración en América Latina es tan vieja que se remonta a los tiempos de la independencia. Bolívar ya intentó construir un gran país en la región. Tuvo visión de largo plazo. Se dio cuenta de las enormes potencialidades que la unión traía consigo. Veía a los Estados Unidos como una amenaza al desarrollo regional. Sabía o, tal vez intuía, que era la única manera de ofrecer oportunidades para crear bienestar colectivo, minimizar amenazas y dotar de los instrumentos que le permitieran desbrozar el camino para competir, de igual a igual en el mundo. Fracasó. Las razones son conocidas y perduran hasta nuestros días. Vencieron los intereses de esos caudillos locales y sus grupos económicos que no supieron mirar más allá de la circunstancia. Se parapetaron en pequeñas colectividades, a las cuales les sometieron a sus caprichos políticos, cuya convivencia con grupos económicos que buscaban protección, dio como resultado sociedades escasas en capital, poco interesadas en la eficiencia, carentes de horizonte y con la mirada enclaustrada.
En ese ambiente de permanente lucha interna, la democracia estuvo siempre sujeta a la conveniencia del poder. La economía a los intereses de pequeños grupos. El resultado final determinó la existencia de países con sistemas políticos débiles y economías básicas además de endebles. Sólo Argentina, a inicios del siglo XX había encontrado la vía del bienestar al integrarse al mundo moderno. Lo hizo a través del comercio. Lamentablemente pronto la perdió.
El comercio entre países o regiones es el gran impulsador del desarrollo. Por este canal se construye riqueza, mejora el ingreso de los miembros de la sociedad a la par que les obliga a ser eficientes y estar capacitados. La autarquía o la protección no son opciones alternativas. Seguir pensando en tutelar para producir y abastecer el mercado sigue siendo un sinsentido. Sólo lleva a transferir riqueza de los consumidores, en su mayoría gente de recursos limitados, hacia grupos privilegiados por esa reclusión. Es dañar más la distribución del ingreso y el patrimonio.
Romper las barreras lleva a pensar en grande. En dar oportunidades. En salvar obstáculos. En trabajar y hacerlo bien. En superar viejos temores y deformaciones mentales. En ser optimista. En cuestionar lo alcanzado. En visualizar la esperanza y sintonizar con el mundo. La Alianza del Pacífico camina hacia allá. Lo hace con decisión y fe. Esperemos que no desmaye y retornen los viejos conceptos localistas a dañar el proyecto.
Ojalá lo consigan. Representan el 37% del Producto Interno Bruto (PIB) latino, el 75% del crecimiento regional, la mitad del comercio internacional, el 40% de la inversión extranjera y más de 200 millones de personas. Por tamaño serían la octava economía del mundo. Bolívar y su sueño otra vez a prueba.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
27 de Febrero del 2014