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Las crisis no desaparecerá

El maremoto de Japón, con todo su dolor, nos vuelve al mundo real. La naturaleza no anticipa sus designios. Actúa unas veces. Responde otras. Advierte frente a los abusos. Obliga a ser prudentes. Impone normas para estar preparados, aunque nunca libera de riesgos.


El mensaje es sencillo pero doloroso, se podría decir fatídico, pero las crisis no desaparecerán. Son parte de la vida. Unas por acción de la naturaleza y otras por errores de gobierno y falta de control ciudadano.


El daño material visto en Japón es dramático. Se estima de forma preliminar que su costo bordea el 3% del PIB. Las aseguradoras mencionan 100.000 millones de dólares en pérdidas económicas y 35.000 millones en pérdidas de propiedades aseguradas. A esto se suman la invalorable pérdida de vidas humanas, las tragedias familiares, los daños sicológicos, el temor, la inseguridad, todos incuantificables.


Esta historia nos recuerda la nuestra del año 1983 cuando el Fenómeno del Niño arrasó buena parte de la costa ecuatoriana. No había día bueno o de respiro. Siempre aparecía una nueva región inundada, casas destruidas, familias en la indigencia, producción perdida, infraestructura molida. El clima era inclemente, no daba tregua. El daño alcanzó al 5% del PIB, cuyo valor en términos actuales sería cercano a los tres mil millones de dólares. Además el país no tenía reservas. Transitaba una etapa de crisis fiscal y externa muy severa e incomprendida. El gobierno profundizó su plan de austeridad para liberar recursos, buscó apoyo internacional y la reconstrucción tomó su tiempo. Galo Plaza actuó de coordinador del plan de restauración. Se necesitaba de un hombre serio, con experiencia, que ofrezca garantía de pulcritud.


Así de grande fue el impacto. Por eso quienes vivimos los hechos de hace 28 años comprendemos, con las distancias debidas, el dolor que sufre el pueblo japonés. Así son las tragedias. Vienen de forma inesperada. Por eso somos reiterativos en recordar que las malas épocas regresan y hay que prepararse para ello. La previsión y la prudencia siempre son buenas consejeras.


Para fortuna del Ecuador las premoniciones hechas hace ocho días sobre la presencia del tsunami en las costas nuestras no llegaron a ser realidad. Sólo de pensar en lo que podía pasar, sabiendo el elevado nivel de indefensión en el cual está el país, pues no se ha guardado un solo centavo de la abundancia petrolera y contribución tributaria para situaciones imprevistas, pone los pelos de punta.


Pero otra vez no parece aprendida la lección. Si revisan la prensa de estos días no hay una sola manifestación de reflexión sobre el estado de abandono -y peligro- por el cual transita el país por no tener un fondo que atienda estas posibles catástrofes o cualquier otro evento inesperado.


DESTACADO


Las tragedias vienen de forma inesperada. Las malas épocas regresan. Exigen prudencia y guardar recursos para ellas.



Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

Marzo 16 del 2011

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