Brujula dañada
La democracia retornó al Ecuador luego de un período de abundancia económica que convivió con dos regímenes militares. El primero nacionalista y el segundo menos comprometido con esa línea, pero ambos con un nivel de gasto público desproporcionado que produjo más de un dolor de cabeza y puso en jaque, por primera vez en muchos años los fundamentos de la política monetaria.
La inflación se reinstaló en el país como un conviviente de la realidad nacional luego de varias décadas de ausencia. Su abatimiento fue una tarea que duró más de 20 años en los cuales varios programas económicos sucumbieron por inconsistencias y conveniencias políticas del momento, para dar paso otra vez y con mayor virulencia al resurgimiento de este despedazador de las economías populares.
Esta definición de una política fiscal sustentada en un gasto superior al compatible con los ingresos normales que supuestamente impulsaba el crecimiento y resolvía los problemas sociales, dio paso a la formación de la deuda pública que creció de forma incontenible, a lo que se sumó la presencia crónica de la inflación y la pérdida de la estabilidad cambiaria.
De esta forma el país se incorporó tardíamente y sin valorar su conveniencia a una forma de política económica que había destrozado años antes a los países del cono sur del continente, como hoy lo hace al entrar al ALBA sin apreciar los costos que una aventura política de esta naturaleza representa.
Al concluir las dictaduras, el Estado controlaba todos los precios relevantes de la economía. Sobresalían los financieros y agrícolas. Tasas de interés, papas, arroz, azúcar, leche, aceites son algunos de los ejemplos de esa época de intervención estatal que condujo a la pauperización del agro y la pérdida de valor y crecimiento del sistema financiero.
En ese ambiente, los agricultores no tenían incentivos para invertir. Se creaban mecanismos con intereses subsidiados por el BCE para inducir a que los productores inviertan, pero esos fondos en buena parte servían para otros propósitos. El final de este proceso fue triste: la agricultura que utiliza miles de miles de trabajadores se estancó. Perdió su señoreaje y posición privilegiada. La gente migró a las ciudades pues no tenía trabajo.
De su parte, las ciudades no sabían como resolver el problema. La construcción ayudó, pero su dinamismo dependía de la sanidad del resto de la economía, y esta no demostraba el dinamismo que se requería.
Y ahora esta brújula económica que perdió su imán hace mucho tiempo, otra vez está de vuelta. El gasto desbordado, los controles de precios y la intervención directa del estado, renacen para ofrecer una nueva frustración social a la sociedad.
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Y ahora la vieja brújula económica que perdió su imán hace mucho tiempo, otra vez está de vuelta.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
Agosto 5 del 2009