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Pasión

“Creo que el Ecuador está en un momento crucial, tiene que definir su esencia y su existencia. Estamos resueltos a ser una nación o no. Las condiciones están dadas y la crisis también. Toda mi argumentación…. refuerza la existencia de la nación ecuatoriana e incluso su destino histórico, siendo ella misma e insertada en el concierto latinoamericano. A este afán se oponen fuerzas internas y fuerzas externas, las internas disociadoras y anarquizantes: Desde los politiqueros e imitadores de escuelas foráneas, sean estos los economistas o los que pretenden anonimizar la identidad, obscurecerla o desprestigiarla, hasta ese horrorizante proceso de aculturación y deculturación al que están sometidos nuestros pueblos.”


“Estos dos factores, sin embargo, no son suficientes para extinguir a ese “Ecuador profundo”. Ahora, además, está surgiendo otro factor anarquizante y nihilista. Los politiqueros hablan de las “nacionalidades indígenas”, tratando de descohesionar esa nación que estamos empeñados en construir, o más bien dicho, fortalecer. Las etnias indígenas, importantísimos grupos humanos que enriquecen la nación con su aporte cultural y su invalorable fuerza de trabajo, fueron discriminadas y explotadas. Desde hace algún tiempo y, en eso tuvo mucho que ver el Museo del Banco Central, crece un proceso de justicia y de reivindicación de su “status” pleno de ciudadanos ecuatorianos, y de sus derechos y obligaciones. Al reconocer sus riquezas y originalidades el Ecuador se robustece. Al respetarlas y darles el puesto que les corresponde en la sociedad del Ecuador es más el mismo. Sin embargo, no son admisibles las tendencias racistas o revanchistas. El Ecuador es un país esencialmente mestizo. Lo indígena es también mestizo, biológica y culturalmente………Mestizo después cuando el proceso de aculturación comienza, es decir, desde hace aproximadamente 450 años. Digo que el Museo fue el factor esencial en el proceso de afirmación y reivindicación de los indígena al haber rescatado y puesto en evidencia casi 10.000 años de prehistoria.”


Estas frases hacen ver a un hombre que tiene claro el concepto de País al que se adhiere con una fe de carbonero y por el que lucha sin descanso. Que mira con convicción la tarea que le tocó desentrañar, poniendo adelante, sin miramiento ni calculo alguno la visión de una sociedad -un país debería repetirlo con mayor precisión- empeñada, dependiente y heredera de un pasado complejo pero con rasgos cohesionados, al cual debe poner en escena para que esa historia inspire el fortalecimiento de una nación que se valore, tenga autoestima y mantenga viva la pasión por su defensa.


Lo dicho parece una afirmación del momento realizada bajo el fragor de la lucha política desencadenada alrededor de la discusión de la vigésima carta política de nuestro Ecuador, pero no es así. Hernán Crespo lo dijo allá por 19999 al aceptar una invitación del Centro de Investigación y Cultura para participar en el homenaje a ese gran ecuatoriano que fue Guillermo Perez Chiriboga con motivo de los……., que se publicó bajo el nombre de “…………..


La cita que escogí para iniciar este artículo fue producto de un dedicado proceso de reflexión personal para el desarrollo de este trabajo, porque creo que de ella se extrae posiblemente el más profundo afán o tarea que buscó hacer en su vida este ser humano que multiplicó iniciativas culturales. Hernán supo que el trabajo de rescate de las culturas milenarias y la defensa de los monumentos históricos prehispánicos y coloniales eran parte de un esfuerzo por conciliar las distintas etapas del desarrollo cultural del país, buscando su armonía, desentrañando sus vivencias, recreando las angustias, explicando las costumbres, interpretando los desentendimientos o poniendo frente a todos los resultados de imposiciones culturales como la incaica.


El país ante todo y frente a todo era uno de sus grandes temas. Vivió con intensidad cada una de las etapas de recuperación de los distintos monumentos y obras pertenecientes al Patrimonio Nacional. Se convirtió en un fiscal implacable en contra de los mercenarios de nuestras piezas históricas y gozó a plenitud-como niño con sus juguetes- cuando culminó en 1983 el largo y complejo proceso jurídico, político y diplomático iniciado en 1975, al saber por denuncia hecha por el Dr. Irving Zapater que en Italia había un coleccionador privado que había sacado del Ecuador de forma ilícita más de 9.000 piezas de nuestra historia. Este hecho que culminó con la entrega oficial de las piezas al Museo del Banco Central por parte del Presidente Hurtado es a no dudarlo un hito histórico pues marcó el fin de una larga etapa de indefensión del patrimonio nacional y el inicio de una nueva responsabilidad social del Estado ecuatoriano. Ahí, con el ejemplo de hacer las cosas por el deber ser nació -o podría decirse se consolidó- el sentido de valor por lo nacional, poniendo fin a lo que Hernán llamó “el período de las catacumbas” vinculado con esa percepción de que lo antiguo no era otra cosa que “cacharros viejos”.


Duro fue convencer a muchos que una de las tareas del Banco Central era precisamente la cultural. No faltaban- e incluso en estos días se escucha con insistencia increíble pero cierta-aquellos que denostaban contra esta forma de construir una política económica que no se sustente sólo en el desarrollo de ecuaciones matemáticas sino que reconozca su fuerza social y su compromiso con la razón de ser de una colectividad: el ser humano. Así la dijimos en la inauguración del programa cultural del Banco Central para el bienio 1984-1986 cuando definimos que “...siendo el hombre el centro de la ciencia económica y a su vez la columna vertebral, tenemos necesariamente que reconocer que ésta no puede prescindir de ninguna de las acciones que el ser humano realiza en la sociedad….Un pueblo culto, es un pueblo que tiene generalmente condiciones económicas adecuadas, que le han permitido realizar investigación, conocer de donde viene y en base a ese conocimiento proyectar su destino.”


Ahí se entiende el porqué Guillermo Pérez decidió comprometer al Banco Central en lo que luego con el tiempo sería uno de los motivos de orgullo nacional: el rescate de la identidad nacional, y que daría paso para que la administración que me correspondió ejercer propusiera denominar con su nombre al Museo del Banco Central perennizando su trascendencia en la vida nacional.


Pero ahora nos corresponde reconocer lo hecho en este campo por Hernán Crespo Toral, motor indiscutible de todo ese complejo engranaje de tareas que realizó con ahínco, perseverancia, fe y pasión para la puesta en valor de la historia nacional, incorporando toda esa ignota etapa desconocida, nebulosa, perdida que fue, hasta los días de su reconocimiento, la prehistoria nacional. Hernán es uno de los artífices de este hecho, compartido con otros arqueólogos que también dedicaron su vida a la construcción de las vivencias y la cultura nacionales, pero ocupa sin duda alguna un peldaño tan visible que sobresale en la determinación de su trascendencia.


Cuando conocí a Hernán, mejor dicho cuando entablamos una relación personal, que con el tiempo devino en una amistad sostenida en el respeto y la consideración mutua, pude apreciar que sus convicciones, su trabajo, la fe en sus creencias, estaban tan enraizadas en su propio ser que configuraban a un ser humano que desbordaba entusiasmo, que se lo sentía iluminado y agradecido a la vez por tener la posibilidad de servir, así con humildad pero gran pasión, al país que lo vio nacer. Por eso sufrió y nunca se consoló de haber tenido que aceptar mutilaciones territoriales producto de acciones políticas carentes de sentimiento nacional y compromiso colectivo. Y esa era una de las motivaciones que llevaba en su alforja diaria de tareas cotidianas como una de las razones del rescate de la identidad nacional.


En 1982 cuando el país atravesaba por una dura etapa económica que recogió con dolor todos los daños que le ocasionaron políticas dispendiosas y poco prevenidas del bienestar colectivo, con Hernán seguimos apoyando los proyectos culturales que con el tiempo han sido motivo de regocijo nacional. Recuerdo con entrañable aprecio nuestras primeras conversaciones, en las cuales se sentía el dolor de la crisis a la par que se disfrutaba de los encantos de la reconquista de los valores culturales. Puedo decir que cada vez que iniciábamos una tertulia, pues de esa forma tratábamos las propuestas que traía Hernán, el tiempo perdía sentido, el ambiente tenso y conflictivo que dominaba las decisiones naturales del Instituto Emisor desaparecían y daban paso al solaz de saber que estábamos hurgando las raíces de nuestra colectividad, aquellas que daban sentido a nuestra presencia y que trascendían de ese fragor diario.


Era en ese frescor reconfortante que las limitaciones económicas parecían distantes y que por ello podíamos ladear sus vericuetos para encontrar nuevas referencias de monumentos olvidados o en estado de destrucción. Ahí, pudimos por ejemplo con la ayuda de Rodrigo Pachano Lalama, hombre de izquierda con inteligencia particular -perdonen los calificativos pero lo siento de así- y con quien Hernán de convicciones distintas pero con las mismas pasiones nacionales, reconocer el valor de varios sitios de Ambato, ciudad destruida por los terremotos y poco convencida hasta esos días, por la mayoría de sus habitantes, de su valor histórico ancestral. El propio Hernán, en una confirmación de su enorme valor y humildad, reconoció que por ahí también había descubierto monumentos que rescatar. Se entusiasmó tanto que se convirtió en un asesor ad-honorem del Municipio, en esa época dirigido por Luis Pachano para expedir las normas de preservación del patrimonio cultural. La restauración de la Iglesia de la Medalla Milagrosa, de la Quinta La Liria de los Martínez con sus invalorables jardines botánicos son dos ejemplos contemporáneos de lo que se pudo hacer a pesar de las limitaciones económicas que marcaban la vida nacional.


En el período que dirigí el Banco Central desde noviembre de 1981 hasta agosto de 1984, los planes de trabajo del Museo mantuvieron su vigencia. Estaba seguro que la tarea rebasaba la conveniencia circunstancial, trascendía en el tiempo y se convertía en un poderoso medio de educación y culturización nacional. Incluso ya se veía los resultados de este trabajo como el gran atractivo de la política de reinserción en el mundo de nuestro país mediante la creación de corrientes turísticas vinculadas con la riqueza histórica y milenaria de nuestra tierra. Había entonces otra razón más para seguir con la tarea. Se encontraba otra forma de vincular -si se quiere mercantil- la economía con la cultura y mediante sus sinergias de ofrecer trabajo nuevo y profesiones culturales con valor remunerativo.


El plan de trabajo de estos años era intenso. Los proyectos estaban por todas partes. No había sitio o región en la cual no esté presente el Museo. Costa, Sierra disfrutaban de la intensidad de gestión del rescate cultural. Se organizaban exposiciones, los convenios con otras instituciones eran pan de cada día. Se promocionaba la formación de artistas dedicados a la preservación de las artes tradicionales y así en junio e 1983 se inauguró oficialmente la Escuela Bernardo de Legarda con 38 jóvenes que recibían instrucción de viejos maestros ebanistas, taraceadores, orfebres conocidos como “los últimos de los Caspicaras”.


El patrimonio de la Iglesia Católica, descuidado durante muchas décadas, incluso poco valorado y sin un registro de sus componentes, había sido depredado. Algunas obras de arte se habían perdido y muchos templos estaban en ruinas o con peligro de derrumbarse. La propia Iglesia no tenía conciencia de los peligros que le asechaban, y no faltaban miembros que creían que cualquier intervención era una intromisión extraña en sus dominios. Sin embargo, el valor de estos monumentos era y es tan colosal que fue uno de los objetivos del rescate cultural. Con perseverancia y enormes esfuerzos de convencimiento se fueron superando los obstáculos y se pudo rescatar innumerables templos y conventos. Se consiguió, y en eso la persuasión pertinaz de Hernán consiguió que obras arquitectónicas como El Sagrario, San Pedro de Licán, la Catedral de Riobamba, la iglesia Santiago de Calpi, la iglesia Matriz de Guano, la Capilla y hacienda de Sanancahuan, el Centro Cultural de San Sebastián, la Iglesia de Asunción de Guano, el Convento de la Concepción, la iglesia de Guangaje, El Carmen Bajo, Santa Catalina de Colonche, la Medalla Milagrosa, la iglesia del Morro, el Convento de la Concepción, se convirtieran en ejemplos de las distintos monumentos en los cuales participó el Museo para conseguir su recuperación y puesta en valor. Antes ya había trabajado en un ícono de la restauración nacional como es el Convento de San Diego.


Pero la tarea y visión del papel que debía tener el Museo dirigido por Hernán Crespo si bien tenía como objetivo central el transmitir la verdadera historia nacional, que se convirtiera en el referente obligado para el estudio sistemático de la evolución cultural del país, en la práctica se convirtió por la propia capacidad de gestión de esta administración en una suerte de “museo itinerante” que incorporaba colecciones privadas donadas con entusiasmo y confianza porque había mística en el trabajo, celo en el cuidado de los valores y respeto en la forma como debían intervenirse las piezas para ponerlas en valor.


Hernán en ese plano era un garante incondicional y un activo defensor de estos bienes que representaron el legado de nuestros antepasados, y a los cuales debía cuidarse con especial empeño. Y de ese afán investigativo, desentrañador de la historia nació de forma natural la necesidad de contar con un campo de investigación y estudio que permita conocer e interpretar las costumbres que tuvieron las culturas olvidadas, muchas de ellas totalmente desconocidas. Y en ese plano, el estudio de la historia nacional tiene un cambio radical con los descubrimientos de las culturas prehistóricas. Hay un antes y un después que marcó los planes de estudio de las últimas generaciones nacionales, en los cuales el trabajo de Hernán y todo su equipo profesional y administrativo tienen el honor de ser sus coauspiciantes.


Se creó un programa singularmente creativo y muy decidor sobre la capacidad inventiva que existía en es ambiente tan lleno de fervor, responsabilidad y calidez que rodeaba al trabajo de todos estos intrépidos promotores de la investigación cultural, y era el conocido como las “Maletas Didácticas” que servía de medio para enseñar en comunidades rurales, colegios, instituciones y empresas las características de estas culturas raras, extrañas, desconocidas, de nombres complejos y épocas remotas difíciles de ubicar, que ahora resultan por obra y gracia del trabajo investigativo perseverante en las formadoras de nuestra cultura nacional, en una simbiosis con la española incorporada en la etapa colonial.


Así era el trabajo de este talvez mal llamado Museo ya que en la práctica era un verdadero centro de investigación y desarrollo cultural con ámbito nacional. Se movía y vivía por todas partes. Tenía la energía de su Director. Se ganó el respeto nacional y su trabajo trascendió las fronteras. La propia UNESCO le reconoció su dedicación y no escatimó elogios o decisiones cuando se le pidió su apoyo, como en el caso del rescate de las piezas encontradas en Europa, en el cual intervino con singular entusiasmo.


Estos reconocimientos permitieron, creo que por vez primera y lo digo de esta forma porque no tengo la seguridad absoluta, establecer un plan de exposiciones internacionales de un significativo y muy selecto conjunto de piezas arqueológicas ecuatorianas, así como de obras de arte históricas, que transitó por varios países europeos con singular éxito. Pero el programa buscaba además “hacer conocer” al Ecuador como un enclave mundial de cultura, cuyos valores eran tangibles y demostraban que América no fue culturalmente descubierta por Colón, sino que tenía raíces de identidad propias, construidas a lo largo de miles de años. Mensaje que incluso era una novedad para muchos connacionales que ignoraban la existencia de todo este largo proceso de construcción cultural que le daba sentido a muchas de las costumbres de la vida actual.


Así “lentamente, como bien lo dice el informe de la dirección del Museo de 1984, la ciudad y el país se fueron acostumbrando a la presencia del Museo nacional que exponía 12.000 años de cultura, lo que implica que tuvimos que estudiar de nuevo nuestra historia que empezaba milenios antes de lo que suponíamos.”


Hernán Crespo Toral fue el Fundador y Director General del Museo del Banco Central del Ecuador, que con el tiempo se transformó en los Museos del Instituto Emisor por la proliferación de salas de exposición y como resultado de ese intenso trabajo realizado durante los 25 años que estuvo involucrado, hasta su separación involuntaria e intempestiva al tener que enfrentar y denunciar un intento de negociado del propietario de la isla La Tolita, quien desempeñaba altas funciones directivas en el Banco Central, que prevalido de su posición la quiso vender al Instituto Emisor en 1985. Ahí lo perdió el instituto y el país, pero lo ganó el mundo pues su dedicación era reconocida más allá de los límites nacionales, y la UNESCO se aprovechó y lo llevó a cumplir tareas que fueron motivo de orgullo para el Ecuador y que constituyeron otra forma de hacer conocer al país en el mundo.


Fue el principal gestor de la recuperación, protección y puesta en valor de los fondos arqueológicos, artísticos, etnográficos y numismáticos. Patrimonio que hasta ahora custodia el Banco Central, cuya continuidad está en riesgo ante el aparecimiento de la teoría de administración pública -poco reflexiva y carente de realismo- de transferir su custodia a entidades dedicadas al ámbito cultural. De llevarse a la práctica esta idea, todo el trabajo hecho a lo largo de los últimos cincuenta años podría entrar en una etapa de hibernación obligada con el peligro de que parte de su valor pueda terminar en poder de grupos y personas que no representan el interés nacional. La pérdida de una parte de la colección numismática encargada a los correos nacionales es una advertencia de lo que podría ocurrir con la ejecución de esta propuesta desquiciante.


Hay muchas anécdotas de la vida de Hernán que lo demuestran de cuerpo entero en su permanente acción de defensa de los tesoros nacionales. Entre estas, hay una que lo recuerda Sergio Durán, su compañero de trabajo de la siguiente forma: “recorríamos un día el centro de la ciudad de Cuenca y nos encontramos con que una vieja casona estaba siendo derrocada para construir lo que hoy es la sede del Banco del Austro. Fue a tal punto su indignación que en ese momento paralizó el funcionamiento de las excavadoras, amenazó a los operadores de dichas máquinas y en es mismo instante se trasladó a la Alcaldía de Cuenca, en donde por supuesto armó la de sin quintín.”


Pasión fue la vida y la dedicación en su trabajo. Como artista que era, en su obra poco conocida pero igualmente de alto valor, en la que destacan sus acuarelas, Hernán también descolló y lo hizo con el mismo………….




DESTACADO



Colaboración

Editorial Diario EL COMERCIO

Octubre 2 del 2008

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