Advertencia oportuna
En 1998 cuando el país empezaba a ver los primeros síntomas de la crisis que más tarde acabaría con la mitad del sistema financiero, destrozaría a miles de familias pulverizando sus ahorros y llevaría a la decisión dramática de pérdida de la moneda nacional, porque su demanda era nula y todos se cobijaban en el dólar, el gobierno planteaba al Congreso introducir un cambio en la política tributaria eliminando el impuesto a la renta con la incorporación del famoso impuesto a las transacciones financieras. El recordado 1%.
La cosecha fue dolorosa, hasta fúnebre para algunos, pero parece que no se la aprendió porque ahora se vuelve a plantear propuestas que indiscutiblemente pueden derivar en circunstancias muy lamentables. El recordado 1% a las transacciones financieras provocó en un escaso mes la salida de algunos centenares de millones de dólares (revisen las cifras de esa época y lo verán), que agudizó la velocidad y profundizó la crisis. No se quiso aceptar que el ser humano es racional, entiende las cosas, las desmenuza, evalúa los efectos en especial cuando se refiere a su dinero y toma decisiones de protección personal. Las empresas por su parte gobernadas también por seres humanos actúan de manera similar. Se adelantan a los efectos buscados por el gobierno, anulan parcialmente los resultados y crean situaciones inadvertidas e inconvenientes.
En los países que aplican políticas económicas exitosas, es decir que no sólo crecen sino que además avanzan en las soluciones de los problemas sociales, uno de los grandes dilemas está en la compatibilización de la cantidad de dinero que entra al país atraído por ese enjambre de incentivos que se multiplican por la combinación de una política seria o buena, respetuosa de la Ley, de los derechos y cuidadosa del patrimonio de todos sus miembros, con las necesidades reales de desarrollo con estabilidad. El flujo es impetuoso, a veces hasta desbordante pues los inversionistas encuentran oportunidades y los trabajadores empleo. La simbiosis perfecta. El Estado regula y cumple sus obligaciones. El trío en equilibrio.
Pero el exceso de dinero -dólares que a algunos no les gusta a pesar de que siempre ganaron en esa moneda- genera presiones en precios y en la balanza de pagos, que deben regularse; y, ahí lo que cabe es evitar el ingreso, léase bien, el ingreso excesivo y especulativo de esos capitales, y no su salida porque no se van. ¡Se quedan!, mientras la política económica es buena y creíble. Y sino estudien un poquito lo que ocurre en Perú, o en Uruguay, para no cansarles con Chile.
Claro, si se tiene una mala política económica, o lo que es lo mismo ésta no es creíble, los capitales no sólo que no vienen, sino que los que ya llegaron en épocas anteriores querrán irse, poniendo en aprietos a la balanza de pagos, al sistema financiero y en general a la política económica. Entonces, ahí aparecen las ideas de ponerles barreras a su movilidad, olvidándose de la funcionalidad de los mercados que lo que hacen es protegerse de la medida con decisiones que provocan un aceleramiento del fenómeno, lo que lleva a una situación más crítica y desagradable. El país pierde y renace una nueva crisis. Recordemos el 98.
DESTACADOS
Barreras a la movilidad de capitales olvidándose de la funcionalidad de los mercados, acelera crisis.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
Noviembre 7 del 2007