Amnesia a la vista
Hace poco más de 40 años, es decir a mediados de los años sesenta, América Latina empezaba a desarrollar con vigor el concepto de Estado. Algunos países estaban adelantados en el proceso, habían sentido la necesidad de construir una organización formal que permita controlar la economía. Había nacido la escuela de pensamiento económico estructuralista que buscaba maximizar el crecimiento usando todas las herramientas que tenía a la mano. La teoría keynesiana cayó del cielo con su propuesta de tener una política fiscal-monetaria expansiva que permita ampliar la demanda agregada y crear bienestar.
Esta fórmula sumada al proteccionismo justificado por la incapacidad de competir de la llamada “industria infante”, dio lugar al modelo de crecimiento hacia adentro, privilegiando el mercado interno. El control de las importaciones y la poca atención de las exportaciones, a las que incluso se las vituperaba, completaban el cuadro general que trajo consigo deformaciones profundas en las sociedades latinas. Se dañó la distribución de la riqueza, la inflación trajo adherida pérdidas en el ingreso de los trabajadores, las devaluaciones complicaron el ambiente de programación de las inversiones y la cosecha fue pobre en bienestar y mala en equidad.
América Latina era uno de los centros de disputa y confrontación de la guerra fría. La Unión Soviética a través de Cuba buscaba romper los débiles sistemas democráticos, mientras los EEUU hacían el trabajo contrario. Los resultados fueron violencia, radicalización política y aparecimiento de dictaduras.
Salir de ese embrollo costó muchas vidas y demasiados años. Fue una etapa en la que se perdió la objetividad. La razón andaba por los techos. Quienes discrepaban se veían como enemigos y no como adversarios. Era un ambiente de buenos y malos, educados e ignorantes, solidarios e insensibles, blanco o negro. El diálogo era de sordos. Se oía pero no se escuchaba. El Estado se desbordaba, buscaba acaparar actividades y responsabilidades, mientras la sociedad era tratada como incapaz, inepta que merecía protección. Las actividades privadas crecían con la convicción de su dependencia en la asistencia estadual. Eran parasitarias.
Las iniciativas privadas que dan vida a las sociedades, que desarrollan creatividad, que le dan diversidad pierden vigor cuando les avasalla un Estado prepotente, sobredimensionado que busca organizar una nación posiblemente ordenada, pero carente de libertades, gris, en la cual el temor convive con el adulo. Igualmente un país que pretende imponer un sistema en donde la sociedad sea el único actor que se aprovecha del renunciamiento del Estado a sus responsabilidades e imponga sus caprichos, es abusiva, desigual, monopólica, con poca visión de futuro.
Los extremos han dado resultados históricos lamentables. Los países de Europa Oriental eran sociedades muertas, sin iniciativas, carentes de futuro, divagantes, que terminaron reconvirtiéndose en naciones con estructuras de Estado y Sociedad equilibradas.
El estatismo que resurge en algunos países de América Latina, y en el nuestro en particular puede llevar de vuelta a los inmovilismos y autarquía que tanto daño hizo y que pocos lo recuerdan.
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El estatismo que resurge lleva de vuelta a la autarquía que tanto daño hizo y que pocos lo recuerdan.
Colaboración
EDITORIAL DIARIO EL COMERCIO
Junio 27 del 2007