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Dos actitudes

El Real Instituto Elcano de España en su estudio hecho para el Foro de Biarritz sobre las “Influencias Culturales y Sociales de las Migraciones Latinoamericanas” señala que de los 25 millones de latinoamericanos que emigran anualmente, el 12% se dirige a Europa.


La cifra que acabamos de leer parece inverosímil. ¡25 millones de latinos migrantes es un número impresionante! A mi me parece muy alta, pero como no tengo datos con los cuales puedo compararla, debo aceptarla. Lo que me queda es buscar una explicación que pueda ayudar a entender los destinos de semejante movilidad.


Lo primero sería señalar que si los latinoamericanos somos 567 millones y la tasa de crecimiento poblacional es 1.4% anual, buena parte del movimiento migratorio debe darse dentro de la propia región, ya que si aceptaríamos como hipótesis que todos salen, habría una pérdida poblacional anual del 3%. Y aquello no está ocurriendo.


Por otro lado, si tres millones (12% de los emigrantes) van todos los años a Europa, y eso ya ocasiona un problema severo que repercute en las relaciones internacionales e incluso en las internas de los países, ¿a donde van los restantes 22 millones?


EEUU es un destino conocido. Canadá tiene su propio imán. Algunos van a Australia, pocos a Asia, y la gran mayoría se mueve dentro de Latinoamérica. Bolivianos que buscan bienestar en Argentina. Ecuatorianos cautivados por Chile. Colombianos y peruanos encuentran mejores condiciones de vida en Ecuador. Venezolanos salen a Brasil. Paraguayos se refugian en Argentina y Brasil. Centroamericanos atraídos por Méjico. Y así por el estilo. ¡Nomadismo moderno! que se lo ve con claridad y es normal dentro de los EEUU, pero que aparece como novedoso en Latinoamérica por su fraccionamiento político. Si la idea de los libertadores de crear un gran país latino se hubiera concretado, este tema tendría otra dimensión.


Ahora bien, la causa central de estos flujos humanos es la falta de oportunidades acompañada por la percepción de un horizonte prometedor en otros lares. Eso ocurrió en el siglo XIX y principios del XX cuando Europa tenía una situación económica deplorable, una explosión demográfica alta y vio en todo el continente americano una opción de vida.


En nuestros tiempos, las diferencias de oportunidades son palpables. Ya no son sólo percepciones. Se las siente con la ayuda de toda la parafernalia comunicativa, pero los ejes geográficos cambiaron. Además, la gran diferencia con los tiempos viejos son las formas como se reciben a los migrantes. Antes eran bienvenidos. Traían consigo identidad, hoy son anónimos. Antes, los estados los cobijaban con cariño, hoy aparecen como extraños. Antes eran tolerantes sobre el principio renaniano de respeto absoluto a la identidad cultural, hoy se marca su diferencia y se lo usa políticamente. Antes, se los incorporaba buscando su reintegración familiar, ahora hay hostilidad. Antes se aceptaba como algo útil y conveniente, ahora se la combate.


La migración seguirá siendo un fenómeno de este tiempo. No hay solución a la fuerza ya que la causa está en las grandes diferencias económicas, y en la falta de solidaridad como la que tiene y tuvieron los países de la región.


DESTACADO


La migración seguirá siendo fenómeno de este tiempo. No hay solución a la fuerza sino con solidaridad.


Colaboración

EDITORIAL DIARIO EL COMERCIO

Mayo 31 del 2007

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