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Moderna lógica fiscal

Hace muchos años las discusiones sobre la efectividad de las políticas fiscales eran ardorosas, especialmente sobre la forma como el Estado podía influir de una manera decisiva en la distribución del ingreso y la riqueza. Se pensaba, y hay una pléyade de estudios que sostenían de forma casi concluyente que el endeudamiento era el camino para darle fuerza al crecimiento económico a través de los impulsos que el gasto público le imprimía, por lo menos teóricamente a toda la comunidad. De ahí nació la visión, incluso extremista de que el estado podía llevar estos créditos en el campo interno hasta el infinito, pues se planteaba que las deudas nacionales se compensaban entre si. Y en el externo, el apalancamiento potencializaba la ejecución del desarrollo.


Luego de algunas décadas de aplicación vemos que el resultado final no fue muy feliz que digamos, pues este papel dinámico ni llegó a plasmarse, ni la redistribución se produjo. El desbalance fiscal, su déficit manejable llevaron al país a una posición incomoda que exige reversa y que por dolorosa no se la quiere reconocer.


Ahora, con los años muchos promotores de esta política no recuerdan su efervescente adhesión.


Pero la discusión no se concentraba sólo en este tema, se planteaba también la necesidad de introducir un sistema tributario activo y progresivo que actuara directamente en la corrección de las inequidades, cobrando más al que más tiene o más gana. Se sostenía que la tributación indirecta era regresiva y que por lo tanto su aplicación agravaba las relaciones internas. Aquí nuevamente el tiempo llevó a un cambio conceptual. La práctica demostró que la tributación indirecta era fiscalmente más eficiente ya que permitía cobrar con mayor seguridad, rapidez y eficiencia los tributos, antes que aquellos vinculados con la progresividad, a los cuales incluso se les llenó de huecos o excepciones con una falsa visión social que los hicieron de más compleja recaudación.


El resultado final de la aplicación de estas viejas políticas fiscales fue el abandono de la prioridad y control de la calidad del gasto público. Los presupuestos se convirtieron en tierra de nadie con las preasignaciones continuas y ello llevó a perder el verdadero instrumento de corrección de la pobreza.

Por eso en el mundo actual, con poquísimas excepciones, los países desarrollados y en desarrollo que han logrado arreglar en buena medida sus inequidades tienen altos porcentajes de imposición indirecta. En Europa, el IVA supera el 16%, el 18% y hasta el 20%, con un impuesto a la renta igualmente alto, pero con una diferencia de recaudación enorme, y un gasto eficiente.


En América Latina la realidad es parecida. Incluso se aplican IVAs diferenciados según el tipo de productos, precisamente para cubrir en lo posible la calidad de gasto y su prioridad social. Ecuador en ese sentido es posiblemente uno de los países con menor carga tributaria indirecta.


En la actualidad el centro de atención es mantener un presupuesto balanceado con ingresos previsibles, estables; gastos sociales de calidad, atención de obligaciones y fondos anticíclicos. Ahí está la médula de la moderna lógica fiscal.


DESTACADO


En el mundo de hoy los países que arreglan sus inequidades tienen altas tasas impositivas indirectas.



Colaboración

EDITORIAL DIARIO EL COMERCIO

Enero 24 del 2007

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