Un ícono mundial
Las relaciones económicas internacionales siempre son motivo de tensiones entre los estados. Sus intereses colectivos chocan con los de sus interlocutores. Ahí florecen las luchas por la dominación y la imposición de sus conveniencias. Por eso las negociaciones demandan cabeza fría, un cálculo objetivo de las fortalezas y debilidades propias, así como de su contraparte. Exigen una visión amplia sobre las potencialidades que ofrece el futuro, y se aprovecha de su visión.
Esto se produce siempre. Ocurre en negociaciones entre potencias, entre pequeños, y también cuando la relación económica es desbalanceada. Ahí, en ese ambiente tenso, que normalmente no trasciende se ve la calidad de la estrategia que maximiza sus argumentos y desestima los contrarios, los pospone. O, los visualiza como importantes cuando no lo son, sólo para crear una compensación que sea favorable. En definitiva, la negociación es un arte que demanda muchos atributos, en especial sentido de prioridad, es un partido en el cual las fichas son tan especializadas y delicadas como las que conforman un juego de ajedrez.
Pero esas virtualidades también son indispensables para la solución de las controversias internas. El buen manejo de la muñeca y la consecución de acuerdos que tengan sacrificios compartidos pero tolerables, es parte del arte del negociador, si lo que busca es llegar aun entendimiento perdurable, creador de riqueza y buscador de ambientes propensos a la proliferación de la inversión y el empleo.
Un buen ejemplo de un trabajo realizado en este sentido es el acuerdo aeronáutico celebrado entre los EEUU y Canadá, allá por los años cincuenta, precisamente luego de la segunda guerra mundial. Sucede, que antes de alcanzar este acuerdo, las relaciones entre los dos países tenían dificultades. Las fricciones eran frecuentes y ello acarreaba problemas en la construcción de una relación confiable y con intereses crecientes, que impulse proyectos, genere riqueza y promueva empleo. Con esa visión, el gobierno de los EEUU escogió como su negociador a un distinguido economista, vale la redundancia, que le había servido al país como Jefe del programa de control de precios durante la segunda guerra mundial. Lo propuso, y luego de su predisposición favorable lo planteó al gobierno canadiense. Este, sin demora también lo escogió como el suyo, pues era un ciudadano que había nacido en su país y desarrollado su profesión en los EEUU. El resultado de esta comisión binacional y uni personal, única en la historia conocida dio como fruto un acuerdo aeronáutico que perdura. Su autor es John Kenneth Galbraith, quien acaba de fallecer a la edad de 97 años y que dejó una huella profunda en la concepción de la política económica vinculada con el quehacer público. Fue un gigante, tanto físicamente como en su pensamiento, y derivó de una visión keynesiana a una postura ecléctica que se basaba en la razón.
Profesor de Harvard, diplomático con una misión de reconocimiento de la India en el gobierno de Kennedy, cuyos libros enfocaron la necesidad de cuidar los equilibrios pero mirando siempre el mundo social,. Fue un hombre con sentido común, adusto y objetivo, al que el mundo le debe un reconocimiento.
DESTACADO
John K. Galbraith dejó una huella profunda entre política económica, quehacer público y sentido común.
Colaboración Editorial
DIARIO EL COMERCIO
13 de Julio del 2006