De nosotros depende
Hace pocos días recibí un correo electrónico que levaba por título “No odiar al país... sino amarlo...” Al principio no le puse mucha atención, pero luego me di cuenta de su profundidad y oportunidad. No sé quién es el autor para expresarle mi respeto y admiración. Lo que sigue un poco mas adelante, son extractos de este mensaje. Escogí, con el perdón de su creador aquellos párrafos que me parecen transmiten la idea central de construir una comunidad menos propensa al negativismo, a la crítica inmisericorde, y mas bien afincar las acciones en la perspectiva de crear una sociedad dispuesta a ser mas solidaria, honesta, objetiva y con autoestima. Por supuesto, lo que se busca con esta reproducción es ubicarnos en un contexto más amplio y no justificar las actitudes o acciones reprochables que siempre merecerán su enfrentamiento, o inducir una postura de contemplación de los problemas.
Todos los días vemos agoreros del desastre sin ideas o propuestas de solución. Afuera con mucha frecuencia nos dicen que somos los peores promotores de nuestro destino. Alguna vez pensemos con menos fatalismo. Pongámosle fe al futuro. Ojalá consigamos aglutinarnos atrás de un esfuerzo colectivo.
“Aquí somos ecuatorianos. Nada más. Pero nada menos”.
“Si asaltan a plena luz del día en Guayaquil, a esa misma hora lo hacen por miles en Nueva York, Paris, Tokio. Si el aire de Quito está contaminado, el de Méjico es irrespirable. Si el agua del río Portoviejo tuvo alguna vez heces fecales, el del Sena cruza Europa con químicos letales. Si el calor de Chone derrite, el frío de Montreal mata. Si a algunos policías se coiman, también lo hacen varios ejecutivos de la GTE (General Technology Electronics). Los primeros ganan 150 dólares mensuales, los segundos 10.000.”.
“Aquí somos subdesarrollados. Nada más. Pero nada menos”.
“El desarrollo no ha robotizado nuestra rutina, ni automatizado nuestros pensamientos, ni congelado los sentimientos (¡sólo la plata!!), ni condicionado nuestras querencias, ni regalado nuestras emociones, ni computarizado nuestras reacciones, ni metalizado todas las acciones. Por eso resultamos caóticos, impredecibles, hipersensibles, rezagados y reiterativos. Pero profundamente humanos”.
“Sin dejar de serlo, debemos mejorar. Podemos cambiar”.
“Pero para eso no es preciso maldecir este país cada rato ni odiarlo cada vez que se congestiona el tránsito, no entra una llamada o no sale una sentencia”.
“Para eso primero hay que amarlo, lo cual significa conocerlo, explorarlo, reconocerlo como nuestro y compararlo en sus grandezas y pequeñeces. De allí se entenderá que residir en Guayaquil puede resultar mejor que holgazanear en Estocolmo y caminar en Manta superior a deslizarse por Beijing”.
“Cierto es que las urgencias, las ausencias y las carencias ofuscan mientras la demagogia frustra y la indiferencia desmoraliza, pero a pesar de toda la descomposición, este país está menos descompuesto que el resto del mundo. Y si tiene compostura”.
La tiene, si quienes lo odian trocan su postura y en vez de estar resignados a ser espectadores del quehacer nacional, empiezan a cambiar ilusionados por un futuro colectivo”.
Colaboración Editorial
DIARIO EL COMERCIO
Noviembre 14 del 2002