Prestamista de última instancia II
Algunos creen que la función de prestamista de última instancia del Banco Central, que fue intensamente usada en años y épocas anteriores incluso para salvar las angustias gubernamentales o a ciertas instituciones bancarias, sigue vigente. Lo cierto es que con el paso de los años y la incorporación de nuevos elementos en la vida diaria de las personas, las condiciones de trabajo de las economías ha cambiado radicalmente. Ahora esta función está, para no ser tan terminante, casi abolida, especialmente en aquellos países que no tienen moneda de circulación internacional.
Hasta hace poco tiempo era posible para cualquier país pasar desapercibido dentro del mundo. La política de mantener perfiles bajos en los centros de información mundial permitía evitar los comentarios y reducir las condicionalidades crediticias de los organismos multilaterales. Es más, los bancos privados internacionales que tenían operaciones concedidas a los países emergentes conocían poco, o nada de lo que ocurría por esas latitudes. Las sorpresas se presentaban en los momentos en que un deudor llamaba a una renegociación. Recién ahí se percataban del riesgo involucrado en los créditos concedidos. En muchos casos ni siquiera tenían una idea de donde estaba ubicado el país en problemas. Se gastaba bastante tiempo en construir presentaciones de la realidad para justificar el petitorio. Las primeras rondas de renegociación de la deuda externa de la época moderna que se iniciaron en 1982 demostraron las graves limitaciones de información con las cuales se tomaban decisiones financieras. Los llamados mercados mundiales actuaban sobre la base de datos proporcionada por el promotor de una sindicalización crediticia que se suponía debía haber estudiado la operación, y si había decidido participar era porque convenía hacerlo. La lección que dejó esta forma de trabajar fue muy dura. Algunos incluso no la pudieron soportar.
De ahí en adelante las cosas empezaron a cambiar. Se intensificaron las unidades encargadas de investigar lo que pasa en cada parte del mundo. Se sensibilizaron los estudios. Proliferaron las empresas nacionales e internacionales encargadas de nutrir de alimento informativo a quienes tienen relaciones con otras regiones. Mientras esto ocurría, por otro lado tomaba forma la nueva forma de comunicarse del mundo. Nació el internet, se multiplicaron las computadoras personales, aparecieron los canales de noticias mundiales permanentes, se consolidó la televisión por cable, hasta un punto en el cual las guerras se llegaron a transmitir en vivo. Se acabó el oscurantismo informativo. Los atrasos se volvieron parte de la historia. El mundo se achicó y todos disponemos de cualquier dato, información o comentario el momento que lo busquemos.
De esta forma las barreras al movimiento del dinero en el mundo colapsaron. Sacar o poner capitales en cualquier sitio sólo depende de la presión de una tecla de computador, y por arte de esta magia que son las telecomunicaciones, instantáneamente el dinero ya está en el sitio que queremos ponerle, aunque esté tan distante como la antípoda.
Pues bien, esto que es tan conocido en el mundo de los negocios y las finanzas, tiene enormes resistencias de comprensión en ciertos sectores de opinión, especialmente en el ámbito político, pues no entienden las profundas repercusiones que se producen con estas poderosas armas de comunicación como consecuencia de comentarios improvisados o de decisiones que cuestionan la consistencia de la política económica.
Por ejemplo, cuando un Ministro dice que no hay que honrar los compromisos oficiales, inmediatamente lo sabe todo el mundo y la reacción automática es ponerle al país en una lista de cuidado. Lo mismo ocurre, aunque en sentido opuesto cuando las declaraciones confirman una línea de acción que se la aprecia como sensata.
En ese ambiente, tan delicado y proclive a cambios, trabajan ahora los bancos centrales, con el agravante de que sus sistemas financieros tienen mas transacciones en dólares que en las monedas locales, mientras ellos siguen respondiendo por unas escuálidas reservas internacionales que se nutren marginalmente de las operaciones hechas por el gobierno en moneda extranjera, o de los saldos de encaje de los bancos. De ahí que a la menor sensación de que algo malo ocurre se tenga que utilizar el tipo de cambio o las tasas de interés para combatir las causas y evitar las secuelas de una profundización de una conducta que desestabilice el sistema. Ahora hay que ser oportuno y decidido. No se puede perder tiempo, el costo involucrado es enorme. Además los recursos son tan limitados que no hay manera de resolver la situación con acciones internas, aunque sean desestabilizantes en términos de inflación porque los bancos centrales no tienen el dinero adecuado, ese de circulación internacional, para atender la crisis. Por eso la función de prestamista de última instancia sólo sobrevive a una crisis limitada, focalizada en una institución y no a una sistémica. Y esto es moneda corriente en todos los países emergentes, estén o no oficialmente dolarizados.
La conclusión obvia es que hemos perdido grados de libertad en el manejo económico. La soberanía no es absoluta, salvo en el caso que estemos dispuestos a caotizar la sociedad. Estamos sometidos a un mundo cruel financieramente hablando en el cual todos, y lo digo así todos sin excepción buscamos proteger nuestros patrimonios sin considerar lo que ocurra con la colectividad. ¡Sálvese quién pueda!. Es la forma de conducirse cuando los mensajes dejan interrogantes sobre la viabilidad de una sociedad.